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16 dic 2023

Sandro


Texto de Ernesto Pino

En la competencia por conquistar el público latino de la balada se enfrentaron 3 grandes cantantes argentinos: Palito Ortega, Leonardo Favio y Sandro. Todos ellos despertaron el entusiasmo juvenil de los años 70 del siglo 20. Pero solo uno logró el frenesí de los jóvenes. Era una versión en español de Elvis Presley. Era Sandro.

La década de los 70 del siglo XX, fue una época muy convulsionada, llena de matices oscuros y claros, pero con una trascendencia significativa en la vida del planeta, que se había replanteado todo después de la segunda guerra mundial. Hubo sucesos impactantes de la política global, para solo mencionar algunos: la guerra del vietnam, que llegaba a su fin; el tono subido del conflicto árabe-israelí; el escándalo de Watergate y la renuncia de Nixon a la presidencia de USA; el poder manifiesto de la OPEP, con los precios del petróleo; el auge de grupos terroristas, como las Brigadas Rojas, el Ejercito Rojo Japones, ETA, Septiembre Negro; el debilitamiento de la Unión Soviética, el fin de las dictaduras de Europa de sur (España, Portugal y Grecia). Pero también, hubo sucesos claros, muy positivos para el desarrollo social, como el ascenso de los Países Escandinavos con su modelo socialdemócrata y también la aparición de inventos novedosos como los electrodomésticos, que aumentaron el bienestar de la población: el microprocesador y la computadora, el microondas y la televisión a color; entre otros.  Por otro lado, fue la música popular, la protagonista de uno de los más grandes fenómenos artísticos y sociales de la historia moderna; que había empezado en los años 50 con la aparición del rock and roll, el primer grito de desahogo y de rechazo a la guerra, seguido por la aparición del rock en su esencia británica de las grandes bandas que querían emular el éxito mundial de los Beatles. En Nueva York y en América Latina, se dieron dos movimientos musicales que conmovieron a la juventud de la región. La salsa en la primera y la balada en la segunda. La balada, como dicen muchos conocedores, una afortunada extensión del bolero que inundó la radio latinoamericana desde los años 30; tuvo su mayor fortuna en la década de los 70, a pesar de la gran competencia que, en el mercado juvenil, representaba la salsa, el Rock, la Bossa Nova y la música tropical. Nunca ha existido una época tan prolífica de buena música popular y con múltiples seguidores para todos los géneros.

En esa época dorada de la balada, se presentaron dos opciones plenamente identificadas en el gusto juvenil. Una era, la canción de autor o canción testimonial, representada lujosamente por artistas como Violeta Parra, Joan Manuel Serrat, Alberto Cortez, Piero, Facundo Cabral e importantes grupos folclóricos como Quilapayun, Los Olimareños, Inti Illimany, etc. La otra corriente era la balada tradicional romántica, que al decir del filósofo Jesús Martin Barbero, era la representación de la integración sentimental latinoamericana. La balada, no es más que una canción de amor de ritmo lento. Una disculpa musical para que los adolescentes hombres y mujeres participen en una especie de glorificación del amor, sin contradicciones, sin macula alguna, la invocación de momentos mágicos del romanticismo. Aprovecha, eso sí, una melodía fácil con estribillos pegajosos que giran en la voz sentimental de un cantante que en el corto plazo se convierte en vedette. La balada le propone al público joven una nueva manera de sentir y expresar el sentimiento amoroso, la condición de género y la experiencia del cuerpo, su goce y su placer. (Ver “La balada y su exaltación del amor”. Federico Medina Cano).

La lista de los baladistas es muy larga pero exitosa, en un mercado adolescente que, a pesar del paso del tiempo, se ha mantenido fiel a la mayoría de ellos, que ya están viejos o que simplemente ya no están. Son fieles, porque después de más de 50 años, todavía cantan sus canciones.  Muy representativos son, Rafael, Leo Dan, Palito Ortega, Leonardo Fabio, Camilo Sesto, Julio Iglesias, José José. Y por supuesto, Roberto Sánchez, más conocido como Sandro.

El día de la independencia argentina, el 9 de julio de 1957, un adolescente de 12 años, llamado Roberto Sánchez, se presentó como artista en el acto escolar de celebración patria y con todo el desparpajo del mundo, cantó imitando a su ídolo Elvis Presley; logrando los aplausos y la ovación de un público sencillo y barrial. Ahí, sin saberlo, sin siquiera imaginarlo, se empezó a escribir el destino de Sandro, uno de los más icónicos cantantes del género de la balada romántica.

Si el chico Roberto Sánchez, hubiese sido un buen estudiante, seguramente habría sido abogado, ingeniero o diseñador; pero nunca habría sido un artista destacado de la música: en su primer año de bachillerato, perdió 9 materias de 11 y se quedó por fuera de las aulas. Desempleado y sin recursos, desempeñó los oficios de servicio que le caben a un joven sin educación: repartidor de carnicería, ayudante de taller mecánico, tornero, acompañante de camionero, pulidor de pisos y tapicero, mensajero de droguería y ayudante de su padre repartiendo vino en la ciudad de Buenos Aires. Vino que repartía, en un triciclo, pintado escandalosamente con calaveras y llamaradas de fuego.

Todo empezó en el bar Pancho, ubicado cerca a su casa y donde su inquietud musical, se manifestó tocando una cucharita en el mueble de una mesa y en el vaso de la cerveza. Después, allí mismo, conocería a Enrique Irigoytía, un chico que tocaba la guitarra y al que Roberto acompañaba con la armónica. Se juntaron, pero lo único que tenían organizado, eran las ganas de salir adelante, empezaron a visitar los clubes de barrio, a dar serenatas cantando de todo, fueran boleros, tangos, pasodobles, rock, etc. Roberto imitaba a Jhony Albino, el cantante del Trio Los Panchos.

Y llegaron Los de Fuego, una banda de rock, donde Roberto, aparecía como guitarrista y voz de coro. Todo parecía normal, cuando ellos competían con otras bandas y cuando el rock empezaba a inspirar a los jóvenes argentinos y de América Latina. Pero sucedió un día de 1962, cuando en el curso de una presentación el cantante principal, Héctor Centurión, se quedó afónico y la voz no le salía. Todos se miraban angustiados y señalaron a Roberto. Desde ese dia, nunca soltaría el micrófono para cantar. Reinició el show, imitando a los grandes del rock. Roberto, volvió a interpretar imitando a su ídolo, Elvis Presley: frenético, desinhibido, endiablado. “¡No podíamos bajar del escenario! Repetíamos los temas porque teníamos solo seis o siete”. Allí mismo, empezaría el nuevo rumbo artístico de Roberto Sánchez: eran dos, él y Los de Fuego. (Ver “Sandro de América. Graciela Guiñazú.)

Y llego la transformación definitiva. Roberto Sánchez, se convirtió en Sandro: adquirió este seudónimo, que originalmente era el nombre concebido por su madre, pero que el Registro Civil, de manera insólita no aceptó.  

Hasta el año 1965, Sandro y Los de fuego, tuvieron una presencia significativa en Argentina, interpretando grandes clásicos del rock, haciendo traducciones libres del rock anglosajón. Algunos ejemplos: de Los Beatles (“A Hard Day's Night” como “Anochecer de un día agitado”, “She's A Woman como “Es una mujer”, “I'll Follow The Sun “ como “Perseguiré al sol”, “Love Me Do” como “Ámame”,  Ticket To Ride” como  “Boleto para pasear”); de Elvis Presley (“You´re the Devil in disguise” como “Eres el demonio disfrazado”, “Suspicious Minds” como “Mentes sospechosas”, “Unchained Melody” como “Melodía desencadenada”), de Chuck Berry (“Música de Rock and Roll”), de Ray Charles (“What'd I Say” como “Qué dije”), de The Animals (“The House of the Rising Sun” como “La casa del sol naciente”: hay un cambio de la turbia versión original, por una versión religiosa), de Bob Dylan (““Blowin' in the wind” como “Soplando en el viento”), de Little Richard (“Tutti Frutti”), de Jerry Lee Lewis (“Hay mucha agitación”), de Tom Jones (“Dalila”). El grupo también creó algunas canciones de rock en español, que aunque no tuvieron un impacto relevante en el medio local, si fueron semilla del impresionante movimiento rockero de la argentina de los años 80 (por ejemplo, “Ave de paso”, muy conocida en nuestra cultura latina). El esfuerzo de Sandro y Los de Fuego, era inusitado y no reconocido por la crítica: en algún momento se les consideró despectivamente como cantantuchos de música “grasa” (la música de los barrios bajos, como otrora sucedió también con el tango). O como resaltaría Charlie García, "estaba bien cantar en inglés y era grasa cantar en castellano".

En este tránsito del artista, aprendiendo y haciendo rock, es menester mencionar la figura y la presencia del gran cantante de tangos, Julio Sosa. “El varón del tango”, era uno de los cantantes consagrados en Buenos Aires y el foco central del espectáculo musical. Con Sosa, compartieron escenario, cuando apenas empezaban Los de fuego. Les tocó enfrentar las “barras bravas” de los cafetines de Buenos Aires, aficionadas a los tangos y a las milongas. En uno de esos encuentros musicales, Julio Sosa le pronosticó: “Bien, pibe, vos tenés algo, algo puede pasar con vos”. (Ídem).

Y entonces apareció Oscar Anderle.

Tan revelador en la vida de Sandro como su padre, fue Oscar Anderle, cantante de jazz, autor de letras; pero sobre todo representante de artistas. Fue Anderle, quien lo convenció de darle un giro a su carrera artística, nada difícil cuando entendió que el mismo Sandro, buscaba algo más, que hacer el cover de grandes artistas, sin llegar a superarlos. Sandro, era un musico autodidacta, con un talento natural para actuar, para cantar y para escribir canciones, pero que aún estaban ocultas. De esta manera enfrentaron al primer reto, como era participar en el Festival Buenos Aires de la Canción 1967. Nada fácil por los artistas competidores que eran más conocidos que él en el mundo de la balada romántica: Leo Dan, Palito Ortega, Yaco Monti, Barbara y Dick. Querían participar dignamente, pero con una prudente esperanza de triunfo, y teniendo en contra un limitado entrenamiento con los músicos. Así y todo, ganó el concurso con una canción maravillosa, que le abrió las puertas del mercado internacional: “Quiero llenarme de ti”. De riguroso smoking, Sandro cantó por tercera vez en la noche. El público estalló y entre gritos y ovaciones, le hizo coro a la canción: “Quiero llenarme de ti/quiero poderme encontrar/entre la naturaleza/ y mi vieja tristeza poder olvidar...”. De manera reñida, le gano a Daniel Toro, por seis votos contra cinco. Esa noche Sandro entendió con su triunfo, que el rock ya era cosa del pasado y que emergía impensadamente como un nuevo artista cantando baladas, las mejores baladas de Latinoamérica.

Luego su éxito seria incontrolable, al presentarse como una estrella en los festivales de Viña del Mar, su actuación fulgurante en el Madison Square Garden, de Nueva York: el primer recital en la historia de la televisión mundial que se transmitió vía satélite en vivo y en directo. Dieciséis países de todo el continente tomaron esa transmisión y fue visto por 250 millones de espectadores (solo en el Gran Buenos Aires lo vieron 1.800.000 televidentes). Graba por fonética en inglés, italiano y portugués. Gana el Festival internacional de cantantes galos en Cannes, Francia. Es invitado especial al Festival de San Remo en Italia. Convoca multitudes en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro. Actúa en el Carnegie Hall de Nueva York. Recorre México con sus conciertos. Recorre imparable los principales escenarios de Suramérica. Y cientos de veces, se presenta desde sus inicios hasta su final, en los mejores teatros de Argentina. En 1993, cuando la estrella de los jóvenes era Soda Stereo, rebasa las presentaciones en el teatro Gran Rex; demostrando que hasta el 2004, cuando presentó su show, “la Profecía”, la gente asistía religiosamente a sus presentaciones, con abuelas de 60 (que Sandro llamaba “mis nenas”), que iban con sus hijas y con sus nietas. Después Sandro haría numerosas películas de cine, aprovechando su fama de cantante y galán que enamoraba a las adolescentes:  películas banales, lacrimosas, que trasladaban al celuloide, la trama ingenua de las telenovelas suramericanas, tan de moda en ese tiempo y que escenificaban las baladas de moda del artista. Según Wikipedia, Sandro protagonizo 14 largometrajes y varias telenovelas.

No sobra comentar, que el papel de Oscar Anderle en la vida de Sandro, generó una polémica en los medios faranduleros de la Argentina, bajo la hipótesis de que Anderle, tenía más méritos empresariales que artísticos en la evolución de la música del artista y que no era tan veraz su capacidad de compositor a pesar de que muchas canciones llevaban su firma como coautor. Mas bien y en eso si hay un acuerdo general, los méritos musicales de acompañamiento musical de Sandro, le corresponden a Jorge López Ruiz, musico, compositor y arreglista, especialmente en la época de oro del artista, entre 1967 y 1970. Fue López Ruiz, en efecto, quien ajustó las líneas musicales de las que quizás fueron sus mejores canciones, las mismas que lo llevaron a la gloria y que le dieron ese perfil del Sandro, icono de las adolescentes de América Latina. Ya Sandro, había adquirido los matices artísticos que lo harían famoso: “La ceja levantada, el temblor en los labios, la pelvis audaz, los brazos en cruz, la mirada profunda, las rodillas en el suelo, el sudor en la frente, el saco girando en el aire a punto de ser revoleado al público, la sonrisa seductora y la voz de trueno: los diez mandamientos de un ritual que ofreció desde el mismo instante en que se adueñó del escenario. Como si hubiera sido criado ahí y no en la humilde cuna de hierro de un conventillo de Valentín Alsina”. (Ídem).

En la década de los sesenta y setenta, la moda del consumo del cigarrillo, fue incontenible en la sociedad entera y un vicio, que fácilmente se acomodó a las costumbres juveniles. Hay afiches que muestran a Sandro, anunciando su concierto, con un humeante cigarrillo en sus manos. Ese mismo, que al final de su vida le pasaría factura: mientras pudo, diariamente se fumaba 3 paquetes al día.

Las canciones de la fama, además, tuvieron una sospechosa calificación de la dictadura argentina (1978-1983), cuando proscribieron aquellos artistas con sabor a contracultura como Piero, León Gieco, Yupanqui, Mercedes Sosa, Víctor Heredia, Charlie García. Incluso, cuando el conflicto de las Malvinas copó la atención mundial, el régimen militar prohibió las canciones cantadas en inglés, negando la calidad de Los Beatles, de Queen, Rod Stewart, Eric Clapton, todos de origen británico. Pero lo más insólito sucedió, cuando también prohibieron las canciones de Palito Ortega y de Sandro. Canciones románticas, lejos de la protesta social, pero si cantadas por la juventud en un nuevo espacio de libertad, frente a la censura militar y la rigidez exagerada del culto religioso. Para la Junta militar, Sandro era un demonio que corrompía a los jóvenes, ¿cómo así que las chicas llevadas del arrebato terminaban tirándole al cantante sus prendas íntimas? Se estarían violando las reglas de la moral cristiana, solo porque unos jóvenes adolescentes, iban a los conciertos buscando un escape a una vida, que para ellos, no valía la pena?

Curiosamente, las mejores canciones de Sandro, tomaron un alto vuelo durante el régimen militar, porque pese a la censura repetida y permanente, los jóvenes las escuchaban y las cantaban para reemplazar la agresión e intolerancia del aparato militar. Además de “Quiero llenarme de ti”, otras canciones por más de 50 años, se siguen escuchando con el mismo fervor de 1967. “Las manos”, una canción de Sandro, que no es la más conocida, pero que fue exaltada por el gran compositor mexicano, Armando Manzanero. Dice Sandro, “Una vez nos encontramos con Manzanero y le digo, ‘Ese tema que hiciste Somos novios te lo envidio desde los más profundo de mi corazón’. Y él me contestó, ‘Y yo te odio, porque hiciste Las manos antes que yo’”. Una canción, para todos aquellos que negaron su talento, porque no era posible que un chico de las barriadas, que estudió solamente un año de bachillerato, lo tuviera de sobra. Dicen Las Manos: “Que hermosas son las manos/ del humilde, labrador/ que se sumen, en la tierra/que trabajan, sol a sol… Pero hay manos, que son garras/cegadas por la ambición/que ordenan: ¡a la guerra! / y causan desolación. (Idem).

La canción “Rosa, Rosa”, dicen muchos, que es la más cantada y la más recordada. Nació, casi como una tontería. Rosa, realmente era la empleada del servicio de su arreglista Jorge López Ruiz. Alguna vez, Sandro entró a su casa y con desenfado gritó “Rosa, Rosa, que me preparaste”. Y López Ruiz, lo increpó, “escribí un tema, boludo”. A Sandro le sonó e inspirado también en la canción “Lo que fue ya paso”, de su ídolo Charles Aznavour, compuso “Rosa Rosa”: “Rosa, Rosa tan maravillosa/ como blanca diosa, como flor hermosa/ tu amor me condena a la dulce pena del sufrir/ Rosa, Rosa dame de tu boca/ esa furia loca, que mi amor provoca/ que me causa llanto, por quererte tanto/ solo a ti/ Rosa, Rosa pide lo que quieras/ pero nunca pidas que de amor se muera/ si algo ha de morir, moriré yo por ti...” (Ver “Sandro bajo la lupa y la verdadera identidad de Rosa-Rosa”. Pablo Alonso. El Clarín).

La canción “Trigal”, solo necesitó, que la dictadura franquista la censurara en España, para que todo los jóvenes la cantaran. Prohibida, porque según ellos, el contenido erótico de la canción era muy fuerte y contrariaba los esquemas morales del régimen. En realidad, la canción es una literaria y alegre interpretación de la intimidad femenina: “Trigal, donde mis manos se dilatan/ se comprimen y arrebatan/ el color de tu trigal/ Trigal, ay! Trigal… Trigo maduro hay en tu pelo/ robó quizá la luz al Sol/ yo soy el dueño de tu fruto/ soy el molino de tu amor...”.

La canción “Una muchacha y una guitarra”, una optimista y alegre tonada cantada masivamente, fue dedicada por el autor a la bella Miss Argentina de 1967, Yolanda Scuffi. Juntos le dieron portada al álbum musical, llamado así. Apreciable, es un arreglo musical que se hizo en 2018 (8 años después de fallecido Sandro), donde cantan esta canción, Sandro y Carlos Vives: “Una muchacha y una guitarra/ para poder cantar/ esas son cosas que en esta vida/ nunca me han de faltar… No quiero que me lloren/ cuando me vaya a la eternidad/ quiero que me recuerden/ como a la misma felicidad/ pues yo estaré en el aire/entre las piedras y en el palmar/ estaré entre la arena/ y sobre el viento que agita el mar…”

La canción “porque yo te amo”, fue un éxito grandioso conjuntamente con las canciones “Como lo hice yo”, “Así”, “Penas”, “La vida sigue igual”, baladas sugestivas que seguían las huellas de la música de Charles Aznavour.

Al final de su vida, Sandro cerraba sus actuaciones, especialmente con su público argentino, cantando una canción que posiblemente para él, era la mejor: “Penumbras”. Así lo ratificó, su arreglista López Ruiz, cuando dijo que “Penumbras”, era de lejos la mejor canción que habían hecho juntos. La letra, como la mayoría, le salió de un tirón, mientras pensaba en Yolanda Scuffi, la reina, la muchacha de la guitarra. Esa canción era magia y sigue siendo magia. “Construye una criatura a la que cantarle con los elementos del cosmos: la noche (en el pelo), la luna (en la piel), el mar (en los ojos). Y como buen demiurgo se despedirá de ella ofreciéndole el mundo, esto que ha creado en la canción, como máximo gesto de sacrificio amoroso”. Fueron los versos más intensos y también los más actuados por el artista. (Ver “"Penumbras": la magia y el erotismo del mejor Sandro, con dedicatoria a una Miss Argentina”. Fernando García. Diario La Nación).

Sandro, murió en el año 2010, después de haber pasado mil trances de salud y caer en un enfisema pulmonar, producto de su hábito temerario de fumar miles de cigarrillos. Una enfermedad, que, en ocasiones, ya como cantante maduro, le obligó a cantar con el famoso micrófono “Macgyver”, un cable pegado al inalámbrico y conectado a un tubo de oxígeno, que le daba el aire que ya no tenía. Sandro, terminó su vida artística con todos los honores y los premios otorgados por la industria de la música argentina y, sobre todo, por sus fieles seguidoras que lo veneran tanto como se exalta a Gardel y a Maradona; pero lo mejor es que ha sido honrado en vida como un precursor del rock de su país y como uno de los más grandes fenómenos de la balada romántica de Iberoamérica.  Sandro de América, el mismo poeta Sánchez, como alguna vez le dijo Elsa Texeira, su humilde maestra de sexto grado, de la escuela República de Brasil de Valentín Alsina, en la ciudad de Buenos Aires.

PENUMBRAS

Autor: Sandro

La noche se perdió en tu pelo

la luna se aferró a tu piel

y el mar se sintió celoso

y quiso en tus ojos

estar él también

 

Tu boca, sensual, peligrosa

tus manos, la dulzura son

tu aliento, fatal fuego lento

que quema mis ansias

y mi corazón

 

Ternuras que sin prisa apuras

caricias que brinda el amor

caprichos muy despacio dichos

entre la penumbra

de un suave interior

 

Te quiero y ya nada importa

la vida lo ha dictado así

si quieres, yo te doy el mundo

pero no me pidas que no te ame así

que no te ame así

que no te ame así.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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11 sept 2023

VICTOR JARA

 Víctor Jara Martínez

 La Quiriquina, San Ignacio, 1932 - Santiago, 1973

(40 años de vida)

Texto de Ernesto Pino 

El cantautor chileno Víctor Jara, fue torturado y asesinado el 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile; y quien lo creyera, treinta años después, ese mismo estadio seria rebautizado con su nombre.

Creo que nadie se gradúa de cantante, de cantautor, de intérprete. Algunos, quizás, obtengan un título académico de músico, pero solo la vida lo gradúa de cantante. Eso le pasó al director de teatro chileno, Víctor Jara. Todo su empeño estaba puesto en las artes escénicas, desde sus primeros ejercicios como mimo, oficio que le resultó salvador a este humilde campesino que migró desde la provincia de Ñuble a Santiago, la capital de Chile. Llego a ser un representante sobresaliente de los teatreros del país del sur, pero casi sin darse cuenta, encontró que era el canto con su voz y su guitarra, el que estaba unido indisolublemente a la historia política de Chile en los años 60 y 70 del siglo XX. Para abreviar, en tiempos recientes, la plataforma Neflitz, definió a Víctor Jara como una mezcla entre Bob Dylan y Martín Luther King (Ver “Masacre en el estadio”. Neflitz).

Víctor, era el menor de cuatro hermanos de una familia campesina. Se enseñó a acompañar a su padre Manuel en las labores del campo, guiando a los bueyes y ayudando a enterrar el arado en la tierra. Un padre de actitudes básicas, rudo, analfabeta y con adicción al alcohol, para quien sus hijos solo representaban otras manos para trabajar los cultivos. Amanda, su madre, era la otra cara de la moneda. La columna del hogar: cumplía con rigor el cuidado y la educación de los hijos, amasaba el pan, cultivaba verduras, criaba gallinas y cerdos; y todos los días rebuscaba ingresos adicionales para la casa, vendiendo huevos y queso de cabra. Amanda, una aldeana que sabía leer y escribir, tenía un don especial, cantaba y tocaba la guitarra. Animaba las fiestas y los velorios, en compañía de Víctor, quien siempre la acompañaba. Cantaba las canciones ancestrales del campo y los rituales para despedir a los niños muertos: “Por tradición, el cadáver de la guagua (el niño) se sentaba, se maquillaba, se vestía con papel blanco y se rodeaba con flores caseras de papel, pues las naturales eran muy caras”. Mientras tanto, el niño Víctor, miraba, escuchaba y grababa en su mente, los vívidos hechos culturales de su entorno. (Ver “Víctor Jara un canto truncado”. Joan Jara)

En su posterior oficio de cantautor, Víctor Jara reflejaría esos inolvidables recuerdos con dos canciones precisas. “El arado”: “Aprieto firme mi mano/ y hundo el arado en la tierra/hace años que llevo en ella/ cómo no estar agotado/ Vuelan mariposas, cantan grillos/ la piel se me pone negra/ y el sol brilla, brilla, y brilla/ el sudor me hace surcos/ yo hago surcos a la tierra sin parar”. Y “Duerme negrito” (canción de cuna del folclore del caribe y famosa en las interpretaciones de Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa): “Duerme, duerme, negrito/ que tu mamá está en el campo, negrito/ te va a traer codornices para ti/ te va a traer rica fruta para ti/ te va a traer mucha cosa para ti/ y si el negro no duerme, viene el diablo blanco/y ¡zas! le come la patita…”.

Con Amanda, su madre y sin Manuel, su padre, quien los abandonó; Víctor llego a Santiago, buscando mejor vida. Férrea en su disciplina hogareña, Amanda se impuso la meta de educar a sus hijos y trabajó sin descanso en oficios de cocina hasta que pudo conseguir un puesto independiente en el mercado. Víctor le ayudaba y ejercía trabajos menores y estudiaba contabilidad, disciplina que nunca le gustó. Ocupada y buscando sobrevivir, Amanda no volvió a cantar y su guitarra quedo colgada en una pared, pero no por mucho tiempo, cuando Víctor conoció a Omar Pulgar, un vecino que cantaba y que providencialmente le enseñó las técnicas básicas de la guitarra. Ese fue, quizás, el primer punto de quiebre en la historia musical de Víctor Jara.

Amanda, su madre, la primera heroína de su vida, inesperadamente sufrió un ataque al corazón. Murió trabajando, tal como vivió. Era el año de 1950, Víctor con solo 17 años y dos profundas decepciones en su vida, el abandono de su padre y la muerte temprana de su madre. Motivos suficientes para que se alistara inmediatamente como un oficiante religioso en el seminario de San Bernardo. De las misas y de la solemnidad monótona de los templos, solo le quedó el gusto profundo por los cantos religiosos, por los cantos gregorianos. Le bastaron dos años, para entender que no era lo suyo, igualito que al cantante argentino Piero, quien renunció a la sotana por la musica. Después le llegaría uno de los pasajes más irónicos de su vida. El servicio militar que prestó con suficiencia y que pudo haber estado en sus planes de joven pobre y desilusionado. Fue una corta vivencia con los militares, que en décadas posteriores se convertirían en su martirio.

Fueron tiempos de inmensa nostalgia, por sus recuerdos campesinos y por una familia sin porvenir. Un padre hirsuto, ríspido, pasado de elemental y de borracho. No mas, lo salvó el recuerdo de Amanda, la trabajadora tenaz, la que cantaba con y sin guitarra. Allí en la soledad de su cuarto, en un recuadro esquinero, puso la foto de su madre y el afiche de un político amable y distinto que estaba de moda: Salvador Allende. Un líder social que estaba muy cerca, muy cerca de su existencia, sin él saberlo.

Y llegó el teatro, el rumbo definitivo de su vida.

En esta época dura de sobrevivencia, atendió un anuncio, para ingresar al coro universitario de la Universidad de Chile. Su voz inexperta de tenor, y su corto pasado religioso, le sirvieron para entrar con éxito en el coro de monjes de la cantata medieval Carmina Burana, la excelsa obra escénica musical de Carl Orff, que en ese momento estaba de moda en el mundo occidental. Decía Alejandro Sieveking, el dramaturgo chileno y compañero de Víctor: “se alimentaba gracias a unas cajas que le mandaban de Cáritas Chile. Además, todos los compañeros nos turnábamos para invitarlo a almorzar una vez por semana para que pudiera comer carne”. (Ver “Víctor Jara, Hombre de teatro”. Gabriel Sepúlveda Corradini).

En el mundo de las tablas supo para que estaba hecho y también conoció, la mujer que guiaría su destino hasta el final. Se trataba de una bella bailarina inglesa llamada Joan Alison Turner, por entonces casada con el profesor y coreógrafo Patricio Bunster. Joan era la misma chica que interpretaba el papel de la mujer de rojo en Carmina Burana. Era también coreógrafa y profesora de obras escénicas de la Universidad de Chile. Víctor fue su alumno de teatro y posteriormente en 1960, su nuevo esposo, cuando Joan se separó de Patricio. Con ella, tuvo a su hija Amanda, llamada así, en memoria de su madre. Fue una corta época feliz para el actor Víctor Jara, con su esposa y su hija. A Joan, posteriormente y en su papel de cantante convencido y exitoso, le compondría una canción de amor llamada Paloma quiero contarte”: Paloma quiero contarte / que estoy solo, que te quiero/ Paloma quiero contarte/ que estoy solo, que te quiero/ que la vida se me acaba/ porque te tengo tan lejos/ Paloma quiero contarte…

La esperanza actoral de Víctor Jara en el teatro, se convirtió en una realidad sobresaliente, de tal manera, que él mismo, tomó la decisión de convertirse en director teatral, en los mismos salones de la Universidad de Chile. Era tal su entrega y su pasión por el teatro, que en la obra “La balada de Atatrol”, para representar el papel de oso, “se lo tomó tan en serio que sus amigos del barrio lo veían salir por la mañana, al filo del amanecer, y cuando volvía por la noche, les contaba que había estado horas enteras estudiando a los osos del zoológico antes de ir a clases. Tenía que caminar varios kilómetros para llegar al zoo y luego volvía a pie al centro, para asistir a la escuela, pues no tenía dinero para pagar el micro”. (Ver “Víctor Jara un canto truncado”. Joan Jara).

Su éxito llegaría en el año 1965, cuando obtuvo el premio «Laurel de Oro» como mejor director teatral del año. Se reivindica este pasaje de su vida artística como teatrero, porque su reconocimiento en la cultura latinoamericana solo ha sido como cantautor. En este sentido, se resalta su papel en obras de otros directores, donde Víctor las aliñaba con sus propias creaciones musicales. Obras como “Parecido a la felicidad” (simpática comedia intimista que refleja el modo de vivir de la clase media. Tuvo tanto éxito, que fue vista y aplaudida en muchos países de Latinoamérica. En Argentina, trasmitida por TV, tuvo un impacto tal, que al otro dia los vendedores de la calle no querían cobrarle a los actores, y la artista de moda Tita Merello, manifestó el deseo de ser la protagonista); Animas de día claro” (puesta en escena que refleja el imaginario de las tradiciones campesinas, donde 5 hermanas podrían llegar al cielos si sus deseos terrenales se cumplían); “La remolienda” (una comedia donde unos campesinos chilenos, llegan a descubrir la ciudad que los deslumbra con la presencia de vías pavimentadas, la luz eléctrica y el amor primario de las prostitutas).

Y llegó “Viet Rock” en 1969, una obra que tendría una gran repercusión de tipo político. Inicialmente creada por la dramaturga estadounidense Megan Terry y renovada con la técnica de “creación colectiva”, novedosa para la época, por parte del teatro de la Universidad de Chile.  La obra refleja el rechazo mundial contra la guerra del Vietnam y un acto de resistencia contra los Estados Unidos. Se resalta la crudeza de las contiendas militares, el uso de armas prohibidas y una violación permanente de los derechos humanos. Un conflicto de 20 años (1955-1975), donde murieron más de 3 millones de personas, la mayoría inocentes de las tramoyas políticas de la invasión. La obra resultó ser una muestra latinoamericana de repudio a la guerra y de solidaridad con la juventud norteamericana que se negaba ir al combate y que tuvo presencia permanente con el movimiento hippie del país del norte. En esta obra, Víctor Jara, además de su dirección creó un suceso musical que tendría eco en el mundo como un himno de protesta, y una sentida muestra de solidaridad con el pueblo vietnamita. Se trataba de “El derecho de vivir en paz”:  Indochina es el lugar/ más allá del ancho mar/ donde revientan la flor/ con genocidio y napalm/ la luna es una explosión/ que funde todo el clamor/ el derecho de vivir en paz…. Es el canto universal/ cadena que hará triunfar/ el derecho de vivir en paz/ el derecho de vivir en paz…

A pesar de que el alma de Jara estaba puesta en el teatro, sorprendentemente su oficio como cantautor empezó a tener un brillo especial. No solamente por su auténtica búsqueda de rescatar el folclor chileno, siguiendo el ejemplo irrepetible de Violeta Parra, sino también por el esfuerzo paralelo que hacía con la investigación social y el montaje de una frenética actividad musical, que creó el Grupo Concumen, primero y que luego le dio potencia y reconocimiento al Grupo Intillimani.

Las décadas del 50 y 60, fueron prolíficas en novedades musicales. Se creó el movimiento de la nueva canción chilena (NCCH), bajo la batuta de Violeta Parra, sus hijos Ángel e Isabel, Patricio Mans, Tito Fernández, los grupos Intillimani y Quilapayun, entre otros:  lo nuevo e impactante de este movimiento, fue la recuperación del folclor chileno, su fusión con aires latinoamericanos y la inclusión de temas sociales que hervían en un mundo en permanente conflicto (Cuba, Vietnam, la Guerra fría, el mayo francés, el boom literario latinoamericano…). Mientras tanto y como una paradoja sutil, la juventud de nuestro continente se apropiaba de otras músicas, como la salsa, la balada y el rock. Por esa razón, durante varios años, la NCCH, tuvo una limitada difusión en la radio y en la televisión, aunque posteriormente fue subsanada con el sello discográfico DICAP (Discoteca del Cantar Popular), que por fuera de la industria musical tradicional, grababa y distribuía a precios bajos el folclor chileno y las creaciones de la NCCH. De todas maneras, Víctor Jara, se fue convirtiendo en corto tiempo, en una figura significativa del movimiento.

Nota: en la NCCH, se resaltan dos cosas. La primera, la participación especial del músico chileno Sergio Ortega, el compositor de la famosa canción protesta “El pueblo unido jamás será vencido”. Lo segundo es recordar que la gran Violeta Parra, no disfrutó como lo merecía, del éxito de la NCCH, pues se marchó pronto al suicidarse en 1967.

Hablemos de ciertas canciones de Víctor Jara, que significaron su gloria, pero también su desgracia. Es la mejor manera de entender su vida, separada de su actividad teatral y que lo marcaría como uno de los grandes de la canción chilena de todos los tiempos. Y también nos explica, cómo aparece en su vida, la figura del político socialista Salvador Allende, especialmente en el tiempo de su tercera candidatura presidencial y su elección en 1970. Entre miles de caminos, el destino los juntó en la misma vía.  

En 1969, hubo un hecho que tensó con furia la guitarra de Víctor Jara. Empujados por un grave terremoto ocurrido en 1960, personas damnificadas empezaron a buscar sitios desocupados, donde alojarse. En la ciudad de Puerto Montt, un último refugio de tierras ubicadas en terrenos pantanosos, y de mala calidad para la producción agrícola, fue invadido por 50 familias necesitadas. El desalojo fue ordenado por el ministerio del interior y en un enfrentamiento desigual, entre agentes militares carabineros y la población civil, murieron 11 personas, incluido un niño de 3 meses que murió intoxicado por gas lacrimógeno. La tragedia causó conmoción nacional y crisis política en el gobierno democratacristiano del presidente Eduardo Frei. El ministro del interior, Edmundo Pérez Jucovich, fue responsabilizado directamente de la matanza y obligado a renunciar cuatro meses después. Víctor Jara, visiblemente afectado y solidario con las victimas creo la canción “Preguntas por Puerto Montt”. La indignación que causó este crimen social, llevó a las gentes a protestar en las calles y en una manifestación de 100.000 personas en la Avenida Bulnes, Víctor Jara la interpretó por primera vez.  “Preguntas por Puerto Montt”, cantada múltiples veces en actos políticos de oposición y especialmente en la campaña de Salvador Allende, se convirtió en una denuncia cuasi penal del gobierno de turno y en el descubrimiento de la musica, por parte de Jara, como un arma política: “Usted debe responder/ Señor Pérez Zujovic:/ ¿Por qué al pueblo indefenso/¿Contestaron con fusil?/ Señor Pérez su conciencia/ La enterró en un ataúd/ Y no limpiarán sus manos/ Ni toda la lluvia del sur/ Ni toda la lluvia del sur…”. Meses después, Víctor se hizo presente en el St. George’s College, un colegio elitista, y donde, aun con estudiantes a favor, fue insultado, agredido y amenazado, después de cantar sus canciones, pero especialmente cuando cantó “Preguntas por Puerto Montt”. Literalmente, Víctor tuvo que escapar de la encerrona. Después se sabría que uno de los organizadores del concierto era un hijo de Pérez Jucovich en compañía de elementos de la ultraderecha chilena. (Ver “Masacre de Puerto Montt”, Wikipedia. “Víctor Jara un canto truncado”. Joan Jara).

A partir de allí, Jara se convirtio en una figura nacional contestataria y controvertida pero ahora más conocido por sus canciones que por sus buenas obras de teatro.  A Jara le bastaron unas cuantas canciones en tiempo récord, para ser famoso; lo que su espíritu humilde no había podido conseguir en varios años de laborioso y estudioso teatro. El arte de la musica, es el pájaro de alas extendidas que vuela más rápido en las alturas.

Pero con la misma intensidad que “Preguntas por Puerto Montt”, Jara creó e interpretó con maestría canciones irreverentes, de protesta, contra el statu quo.  Era el momento justo de una coyuntura política, que quería un cambio, a través del movimiento político “Frente Unido” de Salvador Allende que, nuevamente, buscaba la presidencia de Chile. Un país, que estaba fragmentado, dividido y que jugaba su futuro entre la inoperancia insensible de la derecha y la utopía de la izquierda que quería llegar al poder a través de la vía democrática de la elección popular.

Así apareció la canción “Plegaria a un labrador”, cuando Víctor participó y ganó El Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, organizado por la Universidad Católica. Una de las mejores canciones de Jara, inspirada en el deseo de reivindicar a la población campesina de la cual había hecho parte y también apoyada en enseñanzas morales de la Biblia, que él había aprendido en su corto paso por el seminario y que ahora eran reivindicadas por la Teología de la Liberación (la corriente teológica cristiana y latinoamericana de los años 60): “Levántate/ y mira la montaña/ de donde viene/ el viento, el sol y el agua/ tú que manejas el curso de los ríos/ tú que sembraste el vuelo de tu alma…. Líbranos de aquel que nos domina en la miseria/ tráenos tu reino de justicia e igualdad/ sopla como el viento/ la flor de la quebrada…

Y también apareció “Ni chicha ni limoná”, donde Jara ironizaba a todos aquellos que no querían tomar partido, ni por la “Unidad popular”, ni por los partidos de la derecha; pero más que todo, era una diatriba en contra del terrorismo. Una canción que comprometió definitivamente al autor con la doctrina de cambio de Salvador Allende. Dice la leyenda, que los versos de esta canción, en los tiempos de la dictadura, eran cantados por los detenidos como una forma de controvertir y de burlarse de los carceleros y de levantar el ánimo de los compañeros enrejados: “Arrímese más pa' cá/ aquí donde el sol calienta/ si usté' ya está acostumbrado/ a andar dando volteretas/ y ningún daño le hará/ estar donde las papas queman/ Usted no es na'/ ni chicha ni limoná/ se la pasa manoseando/ caramba zamba su dignidad… Ya déjese de patillas/ venga a remediar su mal/ si aquí debajito 'el poncho/ no tengo ningún puñal/ y si sigue hociconeando/ le vamos a expropiar/ las pistolas y la lengua/ y toíto lo demás.”.

Y sigue con “Las casitas del barrio alto”. La composición original es de la cantautora norteamericana, Malvina Reynolds, quien la llamo "Little Boxes", en una clara alusión al urbanismo de la época que construía casas tan pequeñas, que eran como “pequeñas cajas”, donde se apretujaban niños y adultos para sobrevivir. Así como las viviendas de interés social en Colombia. Casas igualitas, todas hechas de ticky-tacky (material de construcción de mala calidad). Jara recompuso la canción, adaptándola a las circunstancias urbanas de Santiago, donde ya era evidente una manifestación de segregación física de la clase alta en la construcción de sus viviendas lujosas, con barreras murales para el resto de la población (“con rejas y antejardín”). La canción tenía tal agudeza sociológica con un tono subido de mordacidad, que se convirtió en un juego revanchista de lucha de clases. Mas que crítica, la canción aportó una catapulta de odios en los tiempos de la dictadura, donde los victimarios cobraron la voraz caricatura que hizo la canción de los ricos de la capital chilena: “Las casitas del Barrio Alto/ con rejas y antejardín/ una preciosa entrada de autos/ esperando un Peugeot… Hay rosadas, verdecitas/ blanquitas y celestitas/ las casitas del Barrio Alto/ todas hechas con resipol/ Y las gentes de las casitas/ se sonríen y se visitan/ Van juntitos al supermarket/ y todos tienen un televisor/ Hay dentistas, comerciantes/ latifundistas y traficantes/ abogados y rentistas/ Y todos visten policrón/ juegan bridge, toman martini-dry/ Y los niños son rubiecitos/ y con otros rubiecitos/ van juntitos al colegio high…”

Nota: Recipol en Chile es un líquido que pega cualquier cosa; y policron es una tela poliéster, de gran uso en esa época.

Para los años críticos de la campaña de Allende, ya Víctor Jara, había tenido un encontrón de tipo musico-cultural con la iglesia católica, cuando recreó una pieza centenaria del folclor chileno, llamada “La beata”. Realmente, era una pieza picaresca del humor del pueblo chileno, que contaba la historia de una solterona que a diario se confesaba con un fraile, del cual se enamoró. Fue tal el alboroto que produjo esta canción a través de la radio, que la protesta de la iglesia católica se hizo pública y obligó a que la Oficina de Información de la Presidencia la sacara de circulación prohibiéndola en los medios de difusión. La más dura de las críticas, provino del padre Espinoza, rector del monasterio de San Francisco, quien furioso dictaminó en contra del artista. “Repito las palabras de Cristo: “Ay del mundo por sus escándalos. Y el que cometiere escándalo, más le vale no haber nacido”. La cantinela de la canción, era casi lo mismo que la gente cantaba en las calles, en las casas y en los fundos rurales: “Estaba la beata un día/ enferma del mal de amor/ el que tenía la culpa/ era el fraile confesor/ Chiribiribiribiri, chiribiribiribón/ A la beata le gustaba/ con el fraile la cuestión/ no quería que le pusieran/ zapato ni zapatón/ sino las sandalias viejas/ del fraile confesor/ No quería que le pusieran/ mortaja ni mortajón/ sino la sotana vieja/ del fraile confesor/ No quería que la velaran/ con vela ni con velón/ sino con la vela corta/ del fraile confesor” (Ver  “Víctor Jara un canto truncado”. Joan Jara).

Y llegó el cambio efímero en la política de Chile y llegó con sabor a tragedia.

Efectivamente, Salvador Allende, fue elegido presidente de Chile en 1970, representando una alianza de partidos de izquierda denominada Unidad Popular. Desde la misma campaña, las cosas para este movimiento alternativo no fueron fáciles. Se sabría muchos años después, que la CIA había financiado con 3 millones de dólares a la candidatura del contrincante Eduardo Frei, con tal de que Allende no llegara al poder; así lo mencionó en el senado de los EEUU, el director de inteligencia, William Colby. Desde su primer día, el gobierno de Allende sufrió una arremetida brutal de desinformación y de alertas falsas que mantuvieron un ambiente económico de caos: se imprimieron afiches donde aparecían tanques rusos entrando al Palacio de la Moneda; SACO (Sistemas de Acción Cívica Organizada), el mismo grupo paramilitar “Patria y Libertad”, pintando paredes y anunciando violencia bajo la consigna «Yakarta viene», recordatorio de la matanza de cientos de millares de comunistas ocurrida en Indonesia en 1965; se hablaba de que los niños serian separados de sus padres; se acapararon bienes de la canasta familiar para crear un desabastecimiento artificial; de la noche a la mañana desapareció el papel higiénico; un dia el periódico “La Tribuna”, anunció la escasez de pasta de dientes y en pocas horas quienes podían comprar grandes cantidades, desalojaron los supermercados; retirada masiva de fondos en el sistema bancario, especulación con alimentos y con dólares; etc. Al mismo Jara le tocó su parte, cuando la gran prensa, inventando historias, lo tildó de homosexual, en una época donde el machismo era una virtud nacional y donde se notaba una venganza mediática contra el artista, por los sucesos del St. George’s College donde Jara repudió la matanza de Puerto Montt; y también contra las canciones “Ni chicha ni limoná” y “Las casitas del barrio alto”.

Mientras tanto, el nuevo gobierno hacia lo suyo, defendiendo el orden jurídico y tratando de enfrentar con la protesta callejera, los ataques cada vez más asfixiantes de la oposición. La única arma propia que Allende utilizó, fue la cultura, cuando buena parte de los integrantes de la NCCH, sirvieron de embajadores en diferentes países del mundo para contrarrestar la ofensiva mediática de la ultraderecha. Fuera de esa estrategia cultural, de poco le sirvió la ayuda mínima brindada por la Unión Soviética, China y los países de Europa del Este. No compensaron en nada, la negación de crédito externo de los Estados Unidos, en una clara represalia por la nacionalización del cobre, que afectó directamente a las multinacionales Anaconda, Cerro y Kennecott. Por eso, en 1973, estaban dadas todas las condiciones para un golpe de estado, como efectivamente sucedió el 11 de septiembre. El 11S de los países latinos, ocurrido 28 años antes del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York.

Varios hechos graves abrían el camino hacia el golpe de estado. Primero, el asesinato del general René Schneider​​, comandante en jefe del Ejército, en 1970, apenas iniciado el nuevo gobierno. Segundo, la campaña de desprestigio, terrorismo económico y desinformación que apareció como propaganda de oposición en la misma TV, utilizando la musica de una canción de Víctor Jara llamada “El hombre es un creador” y un video de desórdenes callejeros con una mención explícita de “Allende es caos”; y tercero, un testimonio según el cual, el Secretario de estado Henry Kissinger le escribió al presidente Richard Nixon, refiriéndose al triunfo de Salvador Allende como presidente de Chile:  “No tenemos recursos para oponernos a su legitimidad porque fue elegido libremente. Debemos asegurarnos de socavar su gobernabilidad, de que no represente un modelo exitoso para el mundo”. Entonces, de manera soterrada, la CIA, intervino en diversas acciones en contra del gobierno popular; especialmente por el contacto estrecho con militares chilenos, y la financiación de propaganda de oposición a través del diario derechista El Mercurio. (Ver documental “Masacre en el estadio” de Neflitz).

Desde el primer dia, la Junta Militar al mando de Augusto Pinochet, inició una feroz represión sobre todo aquello que significara izquierda, cambio, revolución, estudiantes universitarios, sindicatos obreros, movimientos culturales como la NCCH. Todo empezó con el bombardeo al Palacio de la Moneda, que llevó al suicidio de Salvador Allende posterior a su última alocución presidencial: “Ésta será seguramente la última oportunidad en que me dirijo a ustedes... Yo no voy a renunciar... Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo... Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no puede ser segada definitivamente... No se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos...”.

El 12 de septiembre de 1973, Jara es arrestado en las instalaciones de la Universidad Técnica del Estado (UTE), con otros profesores y cientos de estudiantes, y llevados todos al Estadio Chile. La mayoría de los relatos sobre la pasión y muerte de jara, coinciden en que sus captores obraron con exagerada crueldad contra el artista, a través del insulto, el escarnio y la tortura. En el estadio, no sirvió que todos trataran de ocultarlo y protegerlo, porque infortunadamente Víctor era un objetivo militar desde antes del golpe.

En el mismo estadio y en medio de la confusión de un escenario pleno de heridos, torturados, enfermos, que respiraban un profundo sentimiento de horror; Víctor Jara, escribió su ultimo poema-canción titulado “Estadio Chile, somos 5.000”. Fue su amigo Boris Navia, abogado de la UTE, quien, en complicidad con otros detenidos, logró sacar una copia del estadio. Jara trató de describir los momentos de pánico que estaban viviendo en las graderías: “Somos cinco mil aquí/ En esta pequeña parte de la ciudad/ Somos cinco mil. /¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?/ Somos aquí diez mil manos que siembran y hacen andar las fábricas/… Seis de los nuestros se perdieron en el espacio de las estrellas/ Un muerto, un golpeado como jamás creí se podría golpear a un ser humano/ Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores/ uno saltando al vacío, otro golpeándose la cabeza contra el muro/pero todos con la mirada fija de la muerte./ ¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!/ Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada./ La sangre para ellos son medallas./ La matanza es acto de heroísmo./ ¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?/ ¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?/ Canto, que mal me sales/ cuando tengo que cantar espanto/ Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto…”.

Existen diversos relatos de las escenas previas a su asesinato. Coinciden en el escenario macabro construido para atemorizar a los 5.600 detenidos: Con dos ametralladoras punto 50 –usadas en la Segunda Guerra Mundial- en los balcones del estadio, las que eran publicitadas por los parlantes como las “sierras de Hitler, capaz de partir a una persona en dos”; y con la instalación de potentes focos de luz, que permanecían encendidos día y noche, generando una incertidumbre tal, para que los detenidos perdieran la noción del tiempo. Según testimonio del militar ex conscripto José Alfonso Paredes en el 2009, además de la tortura recibida, a Víctor Jara lo sometieron a un degradante acto de terror, cuando lo obligaron a cantar por última vez (un verso de su canción “Venceremos”) y luego los militares al mando, procedieron a jugar con él a la ruleta rusa. De allí salió el tiro que le dio muerte. Su cadáver fue abandonado en la vía publica, casi con la intención de que no se supiera y fuera enterrado como un NN. De allí, se entiende el anuncio de su muerte entregada por dos fuentes: la primera del Diario La Segunda, que informó al día siguiente del entierro, que Jara había muerto sin violencia y que su sepelio había sido de carácter privado. Y la segunda, fechada el 27 de marzo de 1974 (6 meses después) emitida por el Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno de Pinochet a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, y que textualmente decía: “Víctor Jara. Fallecido. Murió por acción de francotiradores que, reitero, disparaban indiscriminadamente contra la FF.AA. como en contra de la población civil”. Para no dejar ninguna duda, una segunda necropsia de su cadáver, realizada el 2009, constató que tenía 56 traumas, tres de los cuales eran por golpes en la cara y las costillas, el resto era por impactos de proyectil en el cráneo, extremidades superiores, inferiores y en el tórax. Pero el número de impactos inferidos al cuerpo de Víctor, resultaron ser 36, nos los 44 de la autopsia anterior, pero no por eso menos macabro. (Ver “Los estremecedores testimonios de cómo y quiénes asesinaron a Víctor Jara”. 26.05.2009; “Víctor Jara, hombre de teatro”. Gabriel Sepúlveda y “Héctor y la odisea del cadáver de Víctor Jara”. Manuela Camila Beltrán de la Fuente).

La justicia para Víctor Jara y los millares de muertos y desaparecidos que dejó la dictadura, llego 25 años después, cuando Augusto Pinochet, fue detenido en Londres, por su presunta implicación en los delitos de genocidio, terrorismo internacional, torturas y desaparición de personas ocurridos en Chile durante la dictadura. Pinochet fallecería finalmente el 10 de diciembre de 2006 sin haber sido condenado por delito alguno, a pesar de que se llegaron a presentar más de 300 cargos criminales en su contra.

Pero la exaltación a su memoria eterna, llegaría treinta años después de su muerte, cuando el Estadio Chile, ese mismo estadio, donde fue torturado y asesinado, seria rebautizado con su nombre.

Como bien lo dijo el periodista francés Jean Clouset, a Víctor Jara, en esos años posteriores a su muerte, se le conocía mucho más por las circunstancias crueles de su final como representación de la brutalidad de una dictadura; que por haber sido un gran artista memorable de Chile y Latinoamérica, por sus obras de teatro y por sus maravillosas canciones.

Una de ellas, es precisamente “Te recuerdo Amanda”, creada por el artista en honor a sus padres, Amanda y Manuel. Es una bella historia de amor, inocente pero trascendental, donde mezcla el recuerdo de sus padres y el trabajo rutinario de los obreros. El amor perdurable por su madre y la ausencia injusta de su padre. El verso “...son cinco minutos, la vida es eterna en cinco minutos…”, es simplemente magistral en el canto popular de América Latina. Fue tal la repercusión de “Te recuerdo Amanda”, en los años setenta y ochenta en Chile, que muchas niñas fueron bautizadas con este nombre.

TE RECUERDO AMANDA

Cantautor: Víctor Jara.

 

Te recuerdo Amanda

la calle mojada

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel

 

La sonrisa ancha

la lluvia en el pelo

no importaba nada

ibas a encontrarte con él

con él, con él, con él, con él, con él…

 

Son cinco minutos

la vida es eterna en cinco minutos

suena la sirena

de vuelta al trabajo

y tú caminando

lo iluminas todo

los cinco minutos

te hacen florecer.

 

Te recuerdo Amanda

la calle mojada

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel

 

La sonrisa ancha

la lluvia en el pelo

no importaba nada

ibas a encontrarte con él

con él, con él, con él, con él, con él…

 

Que partió a la sierra

que nunca hizo daño

que partió a la sierra

y en cinco minutos quedó destrozado

suena la sirena

De vuelta al trabajo

muchos no volvieron

tampoco Manuel

 

Te recuerdo Amanda

la calle mojada

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel.

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