Texto de Ernesto Pino
Si a Violeta Parra, en una especie de ejercicio
surrealista le pudiéramos quitar su voz y su guitarra, nos quedaría al desnudo
la inmensa genialidad de una poeta, que escribía su vida a través de décimas y
que afrontaba sus enfermedades haciendo esculturas y zurciendo telas de
colores.
A violeta Parra no solo le bastó, ser una de las más grandes folkloristas latinoamericanas de siempre, sino que también ocupó su tiempo en tener otros oficios del arte como poeta, pintora, ceramista, escultora, y bordadora de telas (arpilleras). Indudablemente, ella comparte con Pablo Neruda y Gabriela Mistral el olimpo artístico de Chile.
Había nacido el 4 de octubre de 1.917 en la
región de Nuble en Chile; hija de Nicanor Parra y de Rosa Clarisa Sandoval: él,
maestro de escuela, músico y violinista; ella, modista, tejedora y cantora
campesina. Desde pequeña, se acostumbró a un hogar donde la música era la
rutina diaria. Para Violeta, la guitarra era su muñeca de niña, era el reemplazo
de los libros en la escuela; la misma que empezó a conocer desde los siete
años, a escondidas de su padre, que nunca deseó que sus hijos fueran músicos.
Ella lo declara en una de sus décimas: Semana sobre semana/transcurre mi edad primera/mejor
ni hablar de la escuela/la odié con todas mis ganas/del libro hasta la campana/
del lápiz al pizarrón/del banco hasta el profesor/ Y empiezo a amar la
guitarra/ y donde siento una farra/ allí aprendo una canción. (Ver
“Décimas de Violeta Parra”. Violeta Parra)
Con tan solo 15 años de edad y sin esperanzas
en su tierra campesina, se traslada a Santiago donde vive su hermano Nicanor, quien
trabaja como supervisor escolar. Empieza una vida dura, sacrificada y para
ganarse la vida acude a cantar en los boliches (bares o tabernas) de los
barrios populares, acompañada de su hermana Hilda. En uno de ellos, conoce a su
primer esposo, Luis Cereceda; del cual se separa diez años después, cuando
entiende que ella no se puede quedar encerrada en la casa, lavando y cocinando
como Luis quería; él se va y Violeta se queda con sus dos hijos, Isabel y Ángel;
quienes después serian grandes cantantes folklóricos de Chile. Violeta continúa
en su búsqueda de crecer a través de la música y arrecia su trabajo de cantora
y empieza a viajar en las giras de los circos, acompañada de sus hijos: Ángel,
a los 6 años, subido en una silla cantaba los boleros de Leo Marini.
Estimulada intensamente por Nicanor, Violeta
combina su oficio de cantora con la investigación del folklor. Siente que su música
se debe apartar de los tradicionales boleros, rancheras y música española; sabe
que la música propia se encuentra en los barrios populares y en las regiones
campesinas y en las costumbres centenarias de los negros, de los indios, de los
mestizos. Un ejemplo de su búsqueda, se llama Doña Rosa Lorca: partera de
profesión, invocadora de espíritus y sanadora con técnicas de chaman y además
cantora de folclor desconocido. Quería revivir las fuentes de un folklor implícito
pero totalmente relegado por la indolencia de los funcionarios públicos de la
cultura. Empezó a componer valses, cuecas y corridos. Uno de ellos dice así con
una ejemplar picardía: “Tranquilo estaba mi perro/la casa cuidándome/cuando
llegó la perrera/al perro llevaronmé/al quedar la casa sola/ladrones
entraronsé/se llevaron a mi suegra/gran favor hicieronmé”. (Ver
“El libro mayor de Violeta Parra”. Isabel Parra).
Entonces aparece su primer brillo de estrella,
cuando en 1954 graba “Casamiento de
negros”, que la llevaría a la radio chilena con programa propio, “Así canta violeta”; su gran difusión le
permitiría un inmenso reconocimiento popular, aprovechando que la radio era el
principal oído de los chilenos. Esta canción, es un salto gigantesco en la
creación musical de Violeta, pues realmente acuña un texto literario formidable
contando una historia completa en 5 estrofas, arte de difícil realización y
poco común en los cantautores: “Se ha forma’o un casamiento/ todo cubierto de
negro/ negros novios y pairinos,/negros cuña’os y suegros/el cura que los casó/era
de los mesmos negros/cuando empezaron la fiesta/pusieron un mantel negro/luego
llegaron al postre/se sirvieron higos secos/ya se jueron a acostar/debajo de un
cielo negro/y allí están las dos cabezas/de la negra con el negro/ y amanecieron
con frío/tuvieron que prender juego/carbón trajo la negrita/carbón que también
es negro/algo le duele a la negra/vino el médico del pueblo/recetó emplastos de
barro/pero del barro más negro/que le dieran a la negra/zumo de maqui del
cerro/ya se murió la negrita/qué pena pa’l pobre negro/la puso a’entro de un
cajón/cajón pinta’o de negro/no prendieron ni una vela:/¡ay, qué velorio más
negro!”.
Ricardo García, el productor del programa de
radio “Así canta Violeta”, la recordaría como un fantasma, de vestido negro,
simple, elemental, con el pelo suelto, picada de viruelas y una mirada entre
agresiva y tierna. Violeta tenía 37 años. Dice el mismo García, que como las
grabaciones de radio, casi siempre se hacían en vivo, alguna vez les tocó una
audición para representar los velorios en el campo, le solicitaron al sacerdote
de la región que les tocara la campana para anunciar un funeral y él les pidió
paciencia mientras moría un vecino que estaba grave. A la hora sonó la campana.
(Ibíd.).
Investigadora del folclore chileno, hizo un
doctorado sin título universitario, sin grabadora, sin ningún medio tecnológico
y solo utilizando un simple cuaderno y una persistencia infinita. Llenó un
espacio vacío de la música autentica como prueba de la existencia vital del
puro pueblo chileno. Violeta revivió el
folclor con una capacidad extraordinaria de re-creación. Le llegaron
miles de cartas con palabras de todos los tonos, desde el campesino más humilde
hasta el más encumbrado intelectual de Santiago. Esas cartas, también les
servirían milagrosamente, en el crudo invierno como leña para calentar la casa
y avivar el combustible de la cocina.
Por supuesto, de todo este lance investigativo
nacerían cientos de canciones con un claro sabor auténtico del folklor chileno.
Mencionemos algunas que muchos latinos nos sabemos y que son memorables en el
cancionero popular. Son la esencia de su compromiso social y de una inspiración
casi tormentosa en cosas de la vida y del amor.
“La Carta”. Su hermano Roberto se encontraba detenido por
participar de una protesta en la población José María Caro. Conmovida, Violeta
Parra escribió una denuncia que marcaría un punto de inflexión en su
repertorio: “Me
mandaron una carta/ por el correo temprano/ y en esa carta me dicen/ que cayó
preso mi hermano/y sin lástima con grillos/por la calle lo arrastraron, si…. Me
viene a decir la carta/que en mi patria no hay justicia/los hambrientos piden
pan/plomo les da la milicia, si/.. De esta manera pomposa/quieren conservar su
asiento/los de abanicos y de frac/sin tener merecimiento/van y vienen de la
iglesia/y olvidan los mandamientos, si”.
“Mazúrquica
modérnica”. Asimilando la forma musical de la mazurca polaca, Violeta
compone una punzante versión de protesta y descontento de la población,
ayudándose del uso de las esdrújulas, con palabras terminadas en ico o ica, una
conversa muy común en la región central de Chile: “Me han preguntádico varias persónicas/si peligrósicas
para las másicas/ son las canciónicas agitadóricas/ay, qué pregúntica más
infantílica/sólo un piñúflico la formulárica/pa' mis adéntricos yo
comentárica/le he contestádico yo al preguntónico/cuando la guática pide
comídica/pone al cristiánico firme y guerrérico/por sus poróticos y sus
cebóllicas/no hay regimiéntico que los deténguica/si tienen hámbrica los
populáricos.” Y así les canta a los políticos: “Caballeríticos
almidonáticos/ almibarádicos mini ni ni ni ni/le echan carbónico al
inocéntico/y arrellenádicos en los sillónicos/cuentan los muérticos de los
encuéntricos/como frivólicos y bataclánicos”. Ahora léala quitándoles el ico o
ica. Nota: piñufla es sinónimo de
poco valor, ordinario; y guata es
sinónimo de estómago.
“Me gustan los estudiantes”. Surgió de la admiración que le producía a
Violeta, la protesta de los estudiantes en una época en que ellos eran en el
mundo y especialmente en Latinoamérica, la voz del rechazo a gobiernos
antidemocráticos y a las dictaduras. Famosa en la voz de Mercedes Sosa, luego
se convertiría en un himno de las marchas estudiantiles: “Que vivan los estudiantes/ jardín de nuestra
alegría/son aves que no se asustan/de animal ni policía… Me gustan los
estudiantes/ porque son la levadura/del pan que saldrá del horno/con toda su
sabrosura… Son químicos y doctores/ cirujanos y dentistas/caramba y zamba la
cosa/vivan los especialistas!”. A propósito de lo que significarían estas
canciones en la dictadura de Augusto Pinochet, hay una referencia política del régimen,
después de la muerte de Violeta. La revancha de la dictadura, se dio el 2 de
octubre de 1973 (22 días después del golpe militar): según las disposiciones
del Intendente militar de la provincia, la población “Violeta Parra” pasaría a
denominarse población brigadier Luis Cruz Martínez, “como manera de hacer
justicia a los valores propiamente nacionales y dar termino a las designaciones
políticas, tanto extranjeras como del país”. Diario El mercurio, Santiago de Chile.
En 1969, el poblado “Violeta Parra”, lo
formó un grupo de aproximadamente 80 familias, y con el visto bueno del alcalde
de turno, tomaron unos terrenos pertenecientes a la Municipalidad de Chillán
con el fin de alcanzar el sueño de la casa propia. Cruz Martínez, era un
militar chileno del siglo XIX. La
revancha de la dictadura se daría dos días antes del cumpleaños de Violeta. Después
la historia diría quien había sido el héroe (heroína) y quien el villano.
“Volver a
los 17”. Esta canción es una fabulosa introspección de Violeta sobre la
vida, que exalta la juventud y reivindica el sentimiento del amor: “Volver a los diecisiete después de vivir un
siglo/es como descifrar signos sin ser sabio competente/volver a ser de repente
tan frágil como un segundo/volver a sentir profundo como un niño frente a Dios/eso
es lo que siento yo en este instante fecundo/se va enredando enredando, como en
el muro la hiedra/y va brotando, brotando como el musguito en la piedra/como el
musguito en la piedra, ay sí, sí, sí.”
“El Rin del Angelito”. Es una tierna canción de homenaje a los niños que mueren de corta edad y que
Violeta sufrió cuando su pequeña Rosita Clara, falleció con apenas dos años,
mientras ella estaba de gira por Europa. “Ya se va para los cielos/ese querido
angelito/a rogar por sus abuelos/por sus padres y hermanitos/cuando se muera la
carne/el alma busca su sitio/ adentro de una amapola/ o dentro de un pajarito”.
También sumamos la suite El Gavilán, para guitarra, comentada elogiosamente por compositores
chilenos, y que para muchos podría ser
su máxima realización como compositora.
Para 1961, Violeta Parra es una artista de gran
reconocimiento en el ambiente latinoamericano, lo que le abre las puertas en
Europa, especialmente en París y en Ginebra. Sus conciertos son recibidos en
“La Candelaria” y en “L’Escale” de París y en Ginebra realiza varios programas
de televisión. Pero la inquietud artística de Violeta es tan grande que
consigue realizar una exposición de su obra plástica en el museo del Louvre. Allí
expone tejidos, pinturas, esculturas de alambre con motivos diversos de
palomas, pájaros, arboles coloridos, personajes mitológicos y muchos avatares
de su vida; ella no lo creía y se interrogaba con mucho desdén” ¿Cómo iba yo a exponer en el Louvre, yo que
soy la mujer más fea del planeta, y que venía de un país pequeño, de Chillan,
del último confín del mundo? Ella confesaría como se encontró con estas
expresiones artísticas, diferentes a la música: “tuve necesidad de hacer tapicería porque
estaba enferma, tuve que quedarme en casa ocho meses; entonces no podía quedarme en cama sin hacer nada y un
día vi frente a mí un trozo de tela y empecé a hacer cualquier cosa, pero no pude
hacer nada esta primera vez…la segunda vez, quise copiar una flor, pero no pude;
cuando termine mi dibujo era una botella y no una flor; después quise poner un tapón
a la botella y el tapón me salió como una cabeza, entonces dije: esto es una
cabeza, no un tapón, le puse ojos y nariz, boca. La flor no era una botella, la
botella no era una botella después, era una señora y esa señora miraba, entonces
dije: es una señora que se pasa el día en la iglesia rezando. Entonces se llama
La Beata.” (Ibíd.).
En su estancia en París, tuvo la oportunidad de
granjearse la amistad de los mejores exponentes de la literatura
latinoamericana del momento. En 1964, fue invitada a una noche de poesía en el
teatro Plaisance, con Pablo Neruda,
Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén y César Vallejo; era una ocasión
providencial para reunirlos a todos. Esa noche, esa mujer discreta, casi tímida,
casi salvaje; opacó la poesía con sus canciones
y se robó las miradas y todos los aplausos. Ya estaba en las ligas
mayores del arte latino.
En 1960, sucedió algo que cambiaría la vida de
Violeta Parra hasta su final. Un músico y antropólogo suizo de nombre Gilbert
Favre, quien adelantaba una investigación sobre las costumbres y el arte
latinoamericano, indagó en una oficina de la TV chilena por una cantora llamada
Violeta Parra y que era del interés del estudio. Isabel Parra (su hija), le dio
la dirección y las señas primarias de cómo encontrarla. Cuenta Isabel, que al
llegar a la casa se encontró con una fiesta monumental: era el 4 de octubre, día
del cumpleaños de Violeta, allí estaba el extranjero, sorprendido y feliz.
Desde ese día Favre se quedó varios años y se convirtió en el gran amor de la
artista. (Ibíd.)
Desde ese día, empezó a construirse una canción
que más adelante se convertiría en un himno latinoamericano de exaltación a la existencia.
Se trataba de “Gracias a la vida”.
En este proceso de creación, existen dos
acontecimientos que reflejaron en Chile la trascendencia de Violeta Parra y su
familia. Se trata de La Peña de los Parra
y La Carpa de la Reina. La Peña, una
idea de la familia Parra, se inició en la casa del pintor y cantor Juan Capra,
en pleno centro de Santiago. Comenzó como un taller de pintura, que se fue remodelando hasta contar con
instalaciones propicias para el desarrollo tanto de la música como de otras
artes. Contaba con un patio, un pequeño escenario y una sala de grabación.
Estaba decorada en sus muros inicialmente blancos con firmas y dibujos de los
visitantes, en sus techos con redes de pescar, y en sus muebles con velas
derretidas sobre botellas de vino tinto. La entrada era muy barata y los
artistas cantaban sin micrófonos y no había alcohol. En el intermedio se
regalaba una copa de vino y la gente comía anticuchos
con pebre (comida tradicional chilena). Su impacto musical fue tan novedoso,
que dio lugar después a la creación del sello musical Peña de los Parra. En ese espacio tuvieron presencia permanente los
cantantes chilenos, Víctor Jara, Patricio Manns y Rolando Alarcón. Muchos
importantes artistas extranjeros se presentaron allí, como Salvatore Adamo,
Mercedes Sosa, Piero, Juan Manuel Serrat y Atahualpa Yupanqui. El proyecto se truncó
con el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, cuando la mayoría de los
integrantes de la Peña, buscaron asilo político en otros países. (Ver “Peña de los Parra”. Wikipedia y “Breve reseña
historia de la Peña de los Para”. Museovioletaparra.cl)
Por su parte, La Carpa de la Reina, se convirtió en el último hogar artístico de
Violeta Parra. Quiso construir un Centro de Arte Popular en Santiago, pero la indiferencia
de los gestores oficiales de la cultura no lo permitió. Solo logró que la
Comuna de la Reina, le cediera un solar abandonado con muchas dificultades de
acceso; que no impidió que Violeta con una actividad frenética y la ayuda de
muy pocos, levantara una carpa; piso en tierra, pero acondicionada para la
realización de talleres artísticos en tejidos, cerámica, pintura y artesanía
chilena. En la noche repetía las actuaciones musicales de la Peña de los Parra.
Gilbert Favre, el antropólogo y clarinetista
suizo, que se robó el corazón de Violeta Parra, era nueve años menor que ella.
Mantuvieron una relación intensa, irregular y conflictiva. Él se enamoró de su
talento y de su energía, ella se enamoró de su juventud y de su figura de
“gringo” (como le dicen en el sur a los europeos y norteamericanos). Violeta agregó
a su controvertida personalidad de mujer tierna y exigente artista, una
compleja inseguridad amorosa con su
pareja. He aquí una muestra de su comunicación epistolar, como preámbulo a su
inesperado destino y a la creación de su mayor obra musical: “el dolor
que tenga, tengo que tragarlo como si fuera una bestia de la selva. No tengo
con quien hablar. Toda mi vida fue muy sola por eso me he metido en tanto
camino”…o “total, un clarinete
adentro de un cajón y una mentira que vuela como una mariposa que vuela
alrededor de la luz...”; o “aquí hay una botella de vino y pan y salami y
también hay una mujer muy fea, muy llorona, que no sabe nada de la vida, que no
entiende nada, que no sabe de dónde viene tanto golpe duro. Aquí está llorando
porque no sabe que pasa ahí afuera…ven a buscar tu clarinete, tráeme tu
guitarra, quiero despedirme de ti, se va la familia Parra”. También, cuando desde París le escribe a sus
hijos, revela una enorme tristeza: “Un abrazo apretado para cada uno de la novia
frustrada, que llora cantando, que borda sus pesares y pinta sus tropezones”. (Ver
“Décimas de Violeta Parra”. Violeta Parra).
En 1966, Gilbert Favre, aparentemente cansado
de la intensa relación con Violeta y atravesando el desierto de Atacama, huye a
Bolivia. En ese país, Favre toca y experimenta con la música andina a través
del guitarrista Alfredo Domínguez y el charanguista Ernesto Cavour en el grupo
Los Jairas; y promueve como un gran suceso la creación de la Peña Naira, en la
ciudad de La Paz. Con tanto por hacer por su propia mano, Favre abandona
definitivamente a Violeta y se consolida en Bolivia.
En su desolación Violeta compone la canción “Run Run se fue pa'l norte”, en una clara
alusión a su desamor: “Run
Run se fue pa'l norte/no sé cuándo vendrá/vendrá para el cumpleaños/de nuestra
soledad…Run Run se fue pa'l norte/yo me quedé en el sur/al medio hay un abismo/sin
música ni luz/ay, ay, ay, de mí... “
Sin embargo, alma enamorada, lo visita y aprovecha su prestigio de estrella y convive parcialmente con Favre. En su estadía de un mes en La Paz, Violeta compone la canción “Gracias a la vida” y la escribe quizás como una despedida o como una confesión filosófica y generosa de su existencia. Según Leni Ballón, la hija del fundador de la Peña Naira, ella “había escrito la canción Gracias a la vida con su puño y letra en un cartón de zapatos. En esa canción habla del Gilbert Favre, de sus ojos claros. También habla de la casa y del patio, porque saliendo del depósito donde ellos vivían había un patio delante de otro patio. Es que había dos patios en la Galería Naira. Violeta habla de todo eso. Ella compone aquí esa canción al gringo Favre”. (Ver Testimonios de Violeta Parra en La Paz. https://mydokument.com).
Violeta en sus dos viajes que realizó a Bolivia, nunca pudo rescatar a Gilbert Favre y más bien se enteró, que “su gringo bandolero” (así le decían en Bolivia por su afición a las mujeres), joven, apuesto, músico simpático, se había convertido en un seductor atrevido y que se había casado ya con la boliviana Indiana Reque Terán. También se dice que en su último viaje a Bolivia había comprado un revólver para protegerse de la inseguridad en su Carpa de la Reina en Chile. Lo cierto es que en enero de 1967, Violeta le había escrito a Gilbert, aceptando su proposición de instalar juntos una peña musical en Oruro, Bolivia; pero el 7 de febrero, Violeta se suicidó con un tiro en la cabeza. (Ver “El libro mayor de Violeta Parra”. Isabel Parra).
Con 49 años, Violeta Parra, recorrió Chile de punta a punta recuperando y desenterrando el folclore, visitando la gente más humilde que vivía en pueblos y en lugares remotos y buscando las fuentes auténticas de la herencia indígena y campesina de su país.
Pablo Neruda, el poeta premio nobel y gran
amigo de la artista, le hizo un poema como homenaje de admiración llamado “Elegía para cantar”:
…..
“Cuando naciste fuiste bautizada
como Violeta Parra:
el sacerdote levantó las uvas
sobre tu vida y dijo:
“Parra eres, y en vino te convertirás”.
En vino alegre, en pícara alegría,
en barro popular, en canto llano,
Santa Violeta, tú te convertiste,
en guitarra
con hojas que relucen,
al brillo de la luna,
en ciruela salvaje,
transformada,
en pueblo verdadero,
en paloma del campo, en alcancía”.
Y su hermano, Nicanor Parra, otro gran poeta Chileno y su protector incondicional; en vida, al no tener ella un reconocimiento oficial ni extraoficial y menos la comprensión y ayuda para descubrir y difundir las expresiones más auténticas de la cultura Chilena; haría en verso, una custodia rotunda de su nombre, llamada “Defensa de Violeta Parra”, y que al final dice:
“Cántame una canción inolvidable
Una canción que no termine nunca
Una canción no más
una canción
Es lo que pido”.
Eso es Gracias a la vida, una canción que no termina nunca.
PD: Activa el link de la canción arriba y canta con
la letra, la versión de Mercedes Sosa a dúo con Joan Baez.
Gracias a la vida
Cantautora: Violeta Parra
Gracias a la vida, que me ha dado tanto
me dio dos luceros, que cuando los abro
perfecto distingo, lo negro del blanco
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo
Gracias a la vida, que me ha dado tanto
me ha dado el sonido del abecedario
con él las palabras que pienso y declaro
madre amigo hermano
y luz alumbrando, la ruta del alma del que
estoy amando
Gracias a la vida, que me ha dado tanto
me ha dado la marcha de mis pies cansados
con ellos anduve ciudades y charcos
playas y desiertos, montañas y llanos
y la casa tuya, tu calle y tu patio
Gracias a la vida, que me ha dado tanto
me dio el corazón, que agita su marco
cuando miro el fruto, del cerebro humano
cuando miro el bueno tan lejos del malo
cuando miro el fondo de tus ojos claros
Gracias a la vida que me ha dado tanto
me ha dado la risa y me ha dado el llanto
así yo distingo dicha de quebranto
los dos materiales, que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos que es mi propio canto
gracias a la vida, gracias a la vida
gracias a la vida, gracias a la vida.