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2 ago 2011

El burro

 Yo no conocí a mi abuelo materno, pero existen algunos detalles contados por mi madre, que me hacen pensar como debe suceder repetidamente con los seres humanos, que su vida esta revestida de pequeños actos heroicos. Mas allá del sentimiento natural que implica la sangre común y el afecto cercano por un hombre de comienzos del siglo XX, caracterizado por su machismo, su nobleza, su decencia y el empuje de una raza que facilitó la colonización antioqueña de esa época; quiero hablarles del burro, ese animal que ha sido protagonista de los mejores logros de esta tierra, como fuera la guerra de independencia que libró el Libertador Simón Bolívar, o como la epopeya de los colonos fundando nuestras ciudades. Desde Bolívar, hasta mi abuelo y otros abuelos y otros campesinos, como el más solicito compinche, siempre ha estado el burro con su paciencia inaudita, su fuerza de yunque y su inocencia perenne. Pero así y todo con semejante hoja de vida, es el burro uno de los animales mas vilipendiados, mas insultados, hasta el escarnio de ser el sujeto representante de la falta de inteligencia, como equivocadamente lo hicieron algunos fabulistas depravados y Shaquespeare en su ya descompensada obra “Sueños de una noche de verano”, donde demostró con su actitud, poseer otras tragedias desconocidas para él y sus lectores. Nada más contrario a la verdad, nada mas falso. El burro pertenece a la familia de los equinos típicos, generalmente es más pequeño y posee orejas más largas que el caballo doméstico. Desde comienzos de la historia, los burros han sido utilizados para trasladar cargas, tirar de carros y transportar personas; hasta el punto que fue él quien con una infinita paciencia y destreza paseó a Jesucristo por Jerusalén, sin que el omnímodo y soberbio poder cristiano a través de los siglos le haya brindado el homenaje que se merece. A pesar de no ser tan rápidos como el caballo, tienen una larga vida, su mantenimiento es menos costoso, tienen una gran resistencia y son ágiles en caminos deteriorados. Los burros tienen una larga reputación por su terquedad, pero esto se debe a la mala interpretación de algunas personas de su sentido de autopreservación altamente desarrollado. Es difícil forzar a un burro a hacer algo que contradice sus propios intereses. A pesar de que los estudios sobre su comportamiento son limitados, los burros parecen ser bastante inteligentes, cautelosos, amistosos, juguetones e interesados en aprender. Una vez que se haya ganado su confianza pueden ser buenos compañeros en el trabajo y la recreación. Por esta razón, ahora son comúnmente conservados como mascotas en algunos países en donde su uso como animales de carga ha desaparecido. También son populares por pasear niños en algunos lugares turísticos y de recreación. Su imagen de fortaleza unida a una cabeza con profundos ademanes bondadosos, le valió históricamente ser símbolo del dios egipcio RA y del dios griego Dionisio y para completar la faena la cola del burro ha sido utilizada en la curación de la tos ferina y la picadura de los escorpiones.

A mi abuelo le salvó la vida. En la década del 20, cuando la mayoría de las familias vivían en el campo, llevando una pobreza digna sin los extremos urbanos actuales de la marginalidad y la hambruna, buena parte de las cosas necesarias para vivir las daba la tierra, en medio de la buena fe y la música tiplera que invadía las montañas. Solo la sal y algunos enseres tenían que ser comprados en pequeños centros poblados que con el tiempo se fueron convirtiendo en las ciudades de hoy, de semáforos, cemento, celulares e Internet y con grietas profundas en el alma de los ciudadanos. Mi abuelo, un campesino con la inercia de los inmigrantes paisas, a punta de trabajo y persistencia había logrado en medio de la colonización antioqueña de comienzos de siglo, emplazar una finca ganadera en el Overo, corregimiento de Bugalagrande. Allí pasaba buena parte de su tiempo, ausente de su familia, pastoreando animales en el día y en la noche sacándole notas imposibles a su fiel guitarra. En un intenso invierno de 1.927, mi abuelo pescó un resfriado que se fue transformando en una complicada enfermedad pulmonar. En cuatro días, mientras sus empleados buscaban afanosamente un ganado perdido, el abuelo, solo, se sintió morir y decidió sin mayor preámbulo buscar su casa en Sevilla, un pueblo oloroso de café y yarumos, recién fundado, donde residía su familia y que se hallaba a por lo menos 40 kilómetros de distancia por caminos irregulares y trochas infames que empeoraban con cada aguacero. Angustiado y con la debilidad de 3 días sin comer, salvo las bebidas preparadas de saúco, Cidrón ,eucalipto y otras yerbas que era la usanza para las enfermedades respiratorias; a la salida del sol, montó en su burro y emprendió una maratónica marcha a paso de tortuga, pensando quien sabe, que nunca iba a llegar. Con los últimos rayos de luz y mientras la noche abrazaba a un centenar de pobladores, llegó mi abuelo moribundo a su casa en Sevilla. Contaba él, agradecido con su burro, que una vez salió del Overo, prácticamente perdió cualquier posibilidad de maniobra y aferrado al cuello del animal logró sostener la marcha. El burro lo guió, lo defendió y lo llevó hasta la puerta de la casa con la facilidad de un taxista de hoy que tiene dirección, teléfono y brújula. Mi abuelo no resistió el embate de la enfermedad, pero murió con la tranquilidad de la compañía de su familia que le calentó el alma. Seguramente el burro aguantó un poco más y debió sentir de veras la ausencia de su amo.

Este mismo burro, además de sus maravillosos dones, como una especie de bicarbonato animal, agregó a sus virtudes el oficio de trazar caminos. Contaban los campesinos veteranos del corregimiento de San Antonio, que en la primera época de colonización, gracias a los burros se lograron marcar los caminos que unían las fincas con las posadas y los pueblos. Interrogados ellos, que hacían cuando en una zona montañosa especifica no habían burros y les urgía trazar caminos, me miraron con una sonriente ironía y en coro me respondieron: “Esperamos encontrar uno y si no lo hay, contratamos un ingeniero”.
PIO- Octubre, 2006.
Autor Ernesto Pino