“A propósito del movimiento Mira y similares, adjunto
este articulo de "pintado en la pared", facultad de humanidades de
Univalle”.
Ernesto pino
¿Las religiones
hacen que los seres humanos sean mejores seres humanos; los mensajes de los
credos religiosos contribuyen a que los seres humanos sean altruistas, a que
sus comportamientos en la vida mundana sean proclives al bienestar común? En
Colombia, y quizás también en el mundo, las respuestas a esas preguntas no son
satisfactorias. Colombia, como ha sucedido con buena parte de América latina,
ha conocido una larga historia de dominio religioso católico. La Iglesia
católica vino y se quedó desde 1492 y se prolongó por mucho tiempo como el
único o principal credo religioso de la población; su relativización
ha sido reciente y la pluralidad religiosa vertida en la multiplicación de
cultos hace parte del paisaje contemporáneo de nuestra vida pública. Esa
pretendida pluralidad de credos, conocida en lenguaje despectivo como “las
religiones de garaje”, ha tenido que ver con la decadencia de la
institucionalidad católica, por la corrosión del personal eclesiástico, por la
alianza sempiterna del catolicismo con el poder político. Ahora bien, tenemos
que preguntarnos si esa multiplicación de expresiones religiosas son un suceso
democratizador y secularizador.
Democratizador,
sí, porque ha partido de una ruptura con antiguas jerarquías y autoridades. El
monopolio del contacto con lo divino, el monopolio de la trascendencia fue roto
y una gran variedad de individuos entraron en la competencia por sentirse
ungidos para difundir un mensaje religioso. El sacerdote católico, antiguo
agente de cohesión social, cayó en desgracia y ha sido remplazado por pastores
y propagadores de otras formas de práctica religiosa que son, sobre todo,
nuevas formas de comunión de una sociedad que necesita estar atada a algún tipo
de trascendencia. Hoy podemos afirmar que un ciudadano común y corriente, bien
o mal informado, con mínimos o máximos niveles de formación intelectual, tiene
múltiples ofertas religiosas para adherirse. Ese ha sido un gran cambio en la
sociedad colombiana.
Pero debemos
preguntarnos si esa ampliación del mercado religioso ha significado un avance
de la sociedad en términos de secularización, en términos de emancipación de
los preceptos dominantes de tales o cuales credos religiosos o en términos de
la adopción de conceptos y prácticas de origen mundano para entender el mundo,
para actuar en la vida cotidiana, para establecer relaciones con los demás
seres humanos y con la naturaleza. Yo pienso, sin tener a la mano datos
empíricos consolidados, que la multiplicación religiosa en Colombia no ha sido
un avance secularizador. En últimas, no ha habido una emancipación de los seres
humanos de los preceptos generales del cristianismo difuminado en credos con
matices interpretativos de la Biblia. Secularización debería ser, en
tiempos contemporáneos, una separación de la matriz cultural cristiana en que
las sociedades latinoamericanas han estado atrapadas desde la llegada de los
europeos con su cruz en 1492.
Toda religión
es una percepción, de muy mala calidad, de lo que son el mundo, la vida, la
sociedad y la naturaleza; hace parte de las fantasías colectivas de las
comunidades humanas. Fantasías movilizadoras de amores y odios, de identidades
y rivalidades. Esas fantasías suelen ser muy atractivas para quienes quieren
escribir ficción o para quienes estudian las mentalidades colectivas, las formas
inconscientes del comportamiento de una sociedad, sus miedos, sus amores y sus
odios. Ante el arraigo de esas percepciones y concepciones religiosas de la
vida, muy poco han podido hacer la escuela, la universidad, la ciencia, la
filosofía, las ciencias sociales. Y hasta podemos aseverar que ni los mismos
científicos han podido sacudirse, en sus vidas privadas, de las fantasías de
interpretación provenientes de uno u otro credo religioso.
Las formas de
religiosidad contemporáneas son parásitos culturales que se alimentan de la
pobreza espiritual de la gente. Se aprovechan del vacío de trascendencia, de la
carencia de afectos y solidaridades; le sacan provecho a la desolación de cada
ser humano que busca ilusiones y refugios emocionales en algún dogma que le
haga sentirse menos solo, menos triste, menos miserable en todo sentido. Mucho
de este fenómeno tiene que ver con los pobres niveles de lectura
extensiva en la sociedad, con la poca pluralidad de valores en la vida
cotidiana, con el escaso influjo persuasor o informativo del conocimiento
científico; las religiones se alimentan del analfabetismo generalizado que
encuentra en alguna práctica religiosa un lenguaje llano y simple sobre la
salvación del alma, la felicidad y el bienestar terrenal. Quienes han tenido el
control, en los últimos decenios, del espacio político-religioso, saben muy
bien de las carencias culturales de nuestra sociedad y se han beneficiado
política y económicamente de esa situación.
Podríamos
preguntarles al diverso espacio religioso contemporáneo, a los pastores y
profetas que han patrocinado la eclosión de sectas e iglesias, qué contribución
han hecho para que en nuestra sociedad haya menos violencia de género, para que
haya menos odio a las diferencias de pensamiento político, cómo han formado a
sus feligreses en el amor al prójimo. Me atrevo a afirmar que en esas sectas e
iglesias ni siquiera les han enseñado a sus feligreses a separar las basuras en
la casa, a recogerles la caca a sus mascotas en los parques, a responder
normalmente un saludo matutino en la calle. Ninguna de las nuevas religiones,
al menos en Colombia, es síntoma cultural de diferenciación, de racionalización
y mundanización, como lo exige el recetario de una secularización plena. Al
contrario, son reactivaciones de las ilusiones mágicas de una sociedad
desesperada que sigue buscando soluciones milagrosas para sus vidas miserables.
(Gilberto
Loaiza- Profesor de Historia Univalle)
Sugerencia de
lectura para el tema:
William
Mauricio Beltrán, Del monopolio católico a la explosión pentecostal.
Pluralización religiosa, secularización y cambio social en Colombia,
Universidad Nacional de Colombia, 2013.