Buscar este blog

2 dic 2021

La rebelión (no le pegue a la negra)

Texto de  Ernesto Pino

Al niño de siete años, Álvaro José, en su trajín diario de ir a buscar agua al tanque de Nariño, un barrio humilde de Cartagena; se le ocurrió, antes de llenarla, meterse en la cabeza la caneca de lata, para oírse a sí mismo y cantarle a Cartagena desde la loma, las canciones de su ídolo, Raphael, el gran intérprete español. Le pusieron “voz de tarro” en su cuadra. Se trataba de uno de los más grandes cantantes de música popular de Colombia: Joe Arroyo.

El niño Álvaro José Arroyo, se crió entre las calles de tierra y las casas modestas de un barrio negro de Cartagena, habitado especialmente por los palenqueros de San Basilio, aquella región resistente al esclavismo y cuna también del gran boxeador Antonio Cervantes “Kid Pambele”. Ese trasegar desde niño con los rasgos culturales de estos migrantes, le daría  al Joe su capacidad de aguante a la vida dura, creando en su garganta el talento de su voz como si fueran puños demoledores del campeón colombiano. Hijo de dos negros humildes, Ángela González, su madre, empleada de servicio y bastión de su vida y el albañil Guillermo Arroyo, “el negro chombo”, quien los abandonó muy pronto y alcanzó otro record de la desventura, como fue un prontuario demográfico que señala 37 hijos.

Desde su nacimiento, la vida del Joe Arroyo es un milagro, y como diría la sabiduría popular, “estaba predestinado”. El parto del Joe fue un triple parto. Bajo el desespero de torrentes de agua que caían por horas, el primero de noviembre de 1955, el “día de los difuntos”, Ángela embarazada y dolorida, tuvo que ser forrada en plástico para evitar la lluvia y ser trasladada a un bus urbano a varias cuadras de su hogar. Lo insólito, es que el desespero del trance, fue sustituido por varios músicos borrachos sentados en la banca trasera del bus, quienes empezaron a cantar para calmar los alaridos de Ángela. Llegados a la clínica, la madre tuvo que esperar en una silla hasta el mediodía, para que naciera Álvaro José (Ver “El Centurión de la noche”. Mauricio Silva G).

Cuando Joe Arroyo, llegó como estudiante al seminario Santo Domingo, no sabía que allí empezaba su meritoria vida de artista. No tenía por qué saberlo. En esa institución, muy rápido se integró al coro religioso, que sería celebre en Cartagena y donde un niño humilde y negro como el Joe, se convertiría en la voz líder del orfeón. Cuenta el pianista costeño, Víctor del Real, “el nene”; quien siendo alumno del seminario, lo escuchó cantar y desde ese momento creyó que ese niño iba a ser una estrella; el mismo Víctor del Real, fue el primero en sugerirle que lo de él, era la salsa y no las baladas de Raphael. El Joe tuvo la fortuna de tener de profesor de música al clarinetista Bernardo Montoya, quien le enseñó que esa voz especial tenía que complementarla con el movimiento de su cuerpo y las palmas como tambores y claves del ritmo. Nunca aprendió a tocar una nota, pero su voz lo reemplazaría todo.

Empoderado por ser la mejor voz del coro y convencido de tener en la música un oficio que le permitiera combatir la pobreza de su casa, el Joe se aprendió todas aquellas canciones de moda de la gran salsa que venía de Puerto Rico y Nueva York, y que ya se imponían en la costa norte de Colombia; especialmente la música de sus ídolos, Richie Ray y Bobby Cruz. Por la misma necesidad de sobrevivir y proteger a su familia, el niño de 14 años, Álvaro José, se convertiría en un estudiante apacible en el día y en un cantante de prostíbulos en la noche. Dicen que fue el conocido cantante, Víctor Meléndez, “el guachi”, quien le abriría las puertas de los sórdidos escenarios de los burdeles de Cartagena. Ángela, su madre y en contra de su voluntad, le daba permiso para que el chico se ausentara desde las nueve de la noche hasta las tres de la mañana, sabiendo que tenía que estudiar al día siguiente desde las siete de la mañana, hasta la una de la tarde. Así pasó porque el niño cantante se volvió una atracción para los visitantes nocturnos, buena parte marineros provenientes de todos los lugares del mundo. Alguna vez, en un burdel, fue reconocido por su profesor de física, Alfonso “Meteorito” Pérez. Este lo increpó ¿y tú que haces aquí? Y Álvaro José le respondió: ¿y tú que haces aquí? Si de improviso llegaba la policía al control de estos lugares licenciosos en la zona de tolerancia de Tesca, el Joe, se escondía en los cuartos de las damas de la noche. (Ibíd.).

La voz de este chico se volvió tan conocida en los espacios de la rumba cartagenera, que el trompetista Manuel Villanueva (famoso por su porro La estereofónica) lo convenció de grabar su primer disco, cantando porros (Toro pando, El cambio, Juancho Puerta). Era 1970 y Álvaro José solo tenía 15 años. Luego, su vida tomó un rumbo insospechado, cuando abandonó el colegio, convencido que sería artista por el resto de su vida. Entonces apareció el bautizo como cantante de música tropical, de las manos del músico y productor, Rubén Darío Salcedo (el autor de nada menos que La fiesta en corraleja, Colegiala, Corazón de acero...), quien se lo llevaría para Sincelejo, sede de las giras y le pondría el nombre definitivo, como lo conocemos los colombianos y los amantes de la salsa en el mundo: Joe Arroyo.

Aunque tuvo un paso promisorio por el grupo “La Protesta”, cuando impuso su toque salsero en el conocido Hotel El Prado de Barranquilla, su gran salto a la fama lo dio con su paso a la orquesta de Fruko y sus Tesos, llevado de la mano ambiciosa de Discos Fuentes. Era 1972 y en Medellín se armó la que sería la génesis de la salsa en Colombia. Además de Fruko (Julio Ernesto Estrada) en el bajo, estaba Edulfamit Molina (así lo conocían en su casa), quien era el mismo Piper Pimienta como se le conocía en las tarimas (el de A la memoria del muerto y Las caleñas son como las flores), Wilson Manyoma; y una lista de músicos colombianos, que están detrás del éxito de los cantantes, pero que no son reconocidos: Los trombonistas, Pantera García y Gonzalo Gómez, Jorge saxon Gaviria, German Carreño y Carlos Escobar en las trompetas; Rafael Benítez en los timbales; Gilberto Tripaseca Hernández en el saxo; Hernán Gutiérrez y Luis Felipe Basto en el piano; Mariano Sepúlveda en los coros; los hermanos Fernando y Jesús Villegas en la percusión. En esta banda, se resalta la amistad y la armonía que tuvieron los cantantes más jóvenes, como eran Joe y Manyoma. Casualmente, este último, había tenido una vida igual de desventurada al Joe, niño negro abandonado y también cantor infantil en los burdeles de Buenaventura. Gran voz del Pacifico colombiano e intérprete de una de las joyas musicales de la salsa colombiana  como es “El preso”: “En el mundo en que yo vivo/siempre hay cuatro esquinas/pero entre esquina y esquina/ siempre habrá lo mismo/para mí no existe el cielo/ni luna ni estrellas/para mí no alumbra el sol/para mí todo es tinieblas/Ay ay ay...”

Con Fruko y sus tesos, llegarían varias canciones que se volverían memorables en el gusto y la memoria de los colombianos. El Ausente, del compositor y productor de Discos Fuentes, Isaac Villanueva, el mismo que lo llevó a la orquesta. En esta canción aparecería el grito musical y sello del Joe para siempre y que se llama “el caballito” (un exceso gutural de su voz y que parece un sonido de un instrumento de percusión): “Porque es que te resientes, si apenas he llegado/ Sabes que estaba ausente, y mi amor no ha cambiado/ He vuelto lleno de cariño, y con ansias de amarte y quererte más”.un karaoke infaltable de los salseros. Después el Joe se viene con El Caminante (canción del autor venezolano Gilberto Mejías), con una versión inolvidable. Dice la leyenda, que era la canción favorita del narcotraficante Pablo Escobar: No es preciso decirte de dónde vengo/ simplemente la vida lo quiso así/ Ya mañana temprano seremos dos extraños/ pues jamás me detengo ni en el camino ni en el amor/ Llevo el paso infinito del caminante/ yo nací en una tierra lejos de aquí/ Si alguna vez preguntan quién fue tu amante/ diles que fue un caminante que la vida trajo aquí”. Y muy celebrada también la canción Tania, su primera composición grabada con Fruko y sus tesos, un homenaje sentido a su propia hija, un año antes de nacer: Voy a la ciudad/ Voy a trabajar/ Ahí está el placer/ Lo voy a buscar/ Yo te vengo a buscar/ Te vengo a buscar Oh, oh Tania jeah/ Oh, oh Tania/ Oh Tania jeah, jeah, jeah. Aunque más tarde las cantó, son infaltables en su menú, canciones como; Echa palante ( dedicada a los que se alegraron de su crisis con las drogas y utilizada por un político panameño como jingle de campaña); Yamulemau (canción del salsero senegalés Lava Sossesh y famosa en Inglaterra); La noche (una de las más escuchadas que se convirtió en coro de las barras del equipo Banfield de Argentina), En Barranquilla me quedo (otro himno de la selección Colombia); A mi dios todo le debo ( un plagio bien hecho, la de su arrepentimiento y que la gente propuso como una oración musical para tocarse en las iglesias); La guerra de los callados (alusión a las bombas del fatídico año 89 en Colombia: No se puede, no se puede/ ya no se puede caminar/ cierra la puerta pa' estar tranquilo/ huele a humo mi camino/ la guerra de los callados/lenguas inmovilizadas/con las cuerdas del terror/¡Ay qué pena señores/todo el mundo en guerra!). Para todas las canciones que cantó, hay una alusión reducida pero brillante de Fruko, sobre la voz del Joe: “es exactamente la mezcla entre la voz de Celia Cruz y la de Benny More”.

Hay una página casi desconocida en la historia de la música de ritmos afrocaribeños, y en la cual el Joe Arroyo fue uno de sus protagonistas. Se trata de la creación de la Colombia All Star, como una intención nativa de hacer algo similar a la famosa orquesta Fania All Star, y así agrupar a los mejores músicos de salsa que sonaban duro en el año 1978. Algo así como la selección Colombia de la salsa. El periodista barranquillero, Ley Martin, convenció a medio mundo de la farándula de este país, para formar un combo de estrellas tocando y grabando salsa colombiana. Con el apoyo de varios empresarios, reunió lo más excelso de los músicos de baile del momento: con la dirección de los pianistas Armando Manrique y  Joe Madrid (pianista colombiano que ya había trabajado con  Ray Barreto, Mongo Santamaría y Joe Quijano); estaban Joe Arroyo, Fruko, Saoko, Piper Pimienta, Juan Piña, Jairo Licazale (talentosísimo y fugaz cantante barranquillero)  y entre otros, dos magníficos músicos, como el timbalero Wilson Vivero y el bongosero Willie Salcedo. Igual se incluyó a Jimmy Salcedo, pianista costeño quien tenía un programa de TV, llamado el “Show de Jimmy”. Colombia All Star duró 96 horas, un record imposible de superar. Se presentaron en el “Show de Jimmy”, en la plaza de Santamaría en Bogotá y en la caseta “La Saporrita” en Barranquilla. En Bogotá éxito total, pero en Barranquilla, pese al entusiasmo salsero e histórico de los barranquilleros, llovió a cantaros y la gente no llenó la caseta. El ego de las estrellas reunidas y la falta de recursos empresariales frustraron la posibilidad de grabar y construir lo que habría sido la orquesta de salsa colombiana más importante de la historia; casi tan importante como la Fania. Del intento, solo quedó la grabación del programa de TV que se puede mirar en YouTube como ahcma.wordpress.com. (Ver “La Colombia All-Stars: Una orquesta que duró 96 horas”).

 Podría ser que tanto éxito en tan poco tiempo, desbordó la capacidad de resistencia física y moral de un artista que lo fue desde niño. Por allí se coló la maldición de las drogas. El éxito más la rumba, más una juerga infinita, se fue tomando la voluntad de un chico que nunca había tenido nada y que creía que ya había alcanzado el cielo. Llegó el bazuco y todos los psicoactivos; incluso, dicen en la calle con el beneplácito de una de sus mujeres llamada Adela Martelo (en la canción “El ausente”, el Joe la menciona). Fue la misma época del surgimiento de su propia orquesta, llamada “La Verdad”, con sede en Barranquilla y que le sirvió de pantalla para seguir entre el vicio y la parranda. Se apoltronó en una casa muy conocida porque alguna vez había sido habitada por el nobel García Márquez y ahora solamente era un centro de jolgorio y fumadero de muchos músicos que pasaban por La Arenosa. Le decían “El castillo”. Podías entrar sobrio, pero no te imaginabas como salir. El Joe se fue desmoronando de tal manera, que alguna vez en Medellín, estaba grabando un disco con el sello Fuentes y en una salida a la calle, un policía le requirió los documentos, que por supuesto el Joe no tenía. Víctor del Real que lo acompañaba, cuenta que el policía no creía que ese escuálido y lastimero personaje era el Joe Arroyo; para convencerlo el propio Joe tuvo que cantar a capela.  Con ese frenesí, en el año 1983, el Joe, enfermo y pobre,  terminó en una clínica de Cartagena, donde prácticamente lo desahuciaron y solo le daban 24 horas de vida. Diagnóstico de hipertiroidismo, diabetes y 35 kilos de peso. Pasó la noche y en pocos meses estaba de nuevo en la tarima. Mientras tanto, Discos Fuentes, bajo el rumor de la inminente muerte del artista, sacó un álbum lleno de retazos de las canciones del Joe: La codicia es imparable y el arte no se salva.

Pero el Joe Arroyo renació de las cenizas y volvió al ruedo con La Rebelión en 1986.

Un año antes, sacó un sencillo llamado “El Tumbatecho”, que le recordó al público que el Joe estaba vigente. Una canción alusiva a las circunstancias fatales de la droga e inspirada en su noche septembrina del 83, cuando desesperado y mirando arriba de su cuarto alucinaba con atravesar el techo y  despedirse del mundo: “Llegó a su casa derecho/ de haber rumbeado por despecho/ De hecho cayó al lecho mirando al techo/ Y siguió derecho oyendo música brava/ brisas de enero que tumban tu techo/ ayy mira no fumes de eso/ mira que me tumba el pecho derecho”.

En 1986, abstemio y entregado a Dios, le rogó a los empresarios grabar otro álbum. Allí apareció el tema “La Rebelión”, que impensadamente en esos años previos de crisis, se convertiría en su mejor canción y en un himno de la música de baile en Colombia y en muchos países de habla hispana. La entrada de la canción en la voz del Joe, es un verso pequeño de la ignominia de los países conquistados criminalmente y a la brava, por la corona española: “Quiero contarle mi hermano, un pedacito de la historia negra, de la historia nuestra caballero. Y dice así…”. Es el hilo de una canción que el Joe empezó a hilvanar desde que estaba pequeño, cuando era normal el maltrato a la mujer negra, y que él  combinó con varias lecturas de la historia de Cartagena. Uno diría, sin entender las cosas del destino, que Joe sobrevivió a la muerte en 1983 para crear su obra sublime, la que se volvería una foto permanente en el álbum musical de sus seguidores y pieza infaltable en las rumbas de los colombianos. Esa entrada del piano de Chelito de Castro es inolvidable. El arreglista de la canción Michi Sarmiento, diría “el tema inmortal del Joe es Rebelión, lo demás son maricadas”. La canción incluso trascendió a cosas banales, como fue en el reinado de belleza de 2001, cuando la chocoana Vanessa Mendoza, ganó la corona y lució el traje de fantasía llamado Rebelión, “un traje hecho con diminutos pedazos de cuero de tigre”. Igual el profesor norteamericano Mark Sawyer, escribió un ensayo académico llamado “Dubois, doble conciencia versus el excepcionalismo latinoamericano: Joe Arroyo salsa y negritud” (2004): Arroyo toma la representación más común de la mujer negra en la salsa y trasforma su cuerpo en un escenario de contestación política y lucha histórica(Ver “El Centurión de la noche”. Mauricio Silva G).

La Rebelión, lo llevó por todo el mundo y le propició varios toques de fama internacional. Una grabación exclusiva del concierto realizado en el Empire Leicester Square de Londres,  se convirtió en documental de la BBC, con grandes artistas del mundo, llamado Rhythms of the world. Y el otro toque, que nunca siquiera podría soñar un niño negro de un barrio marginado de Cartagena en Colombia: en el V centenario del Descubrimiento de América, en 1992,  y en la Exposición Universal de Sevilla, el Joe, fue invitado conjuntamente con Andy Montañez, Rubén Blades, Elba Ramalho, El Gran Combo de Puerto Rico; y en un escenario donde estaban los Reyes de España, empezó a cantar La Rebelión, pero intimidado por la presencia de los monarcas, cambio un verso de la canción que dice “español con el alma negra”, por “español con el alma quieta”. Entonces, la misma gente le reclamó que la cantara como era.  Paró, retomó la canción y cantó el verso original.

En el año 2011, murió Joe Arroyo, agobiado por múltiples enfermedades y con el alma herida por la muerte años atrás, de su madre Ángela y de su hija Tania, que tan solo tenía 26 años.

Con cuarenta y siete álbumes, la autoría de 98 canciones editadas y más de 40 éxitos rotundos, el Joe Arroyo es uno de los grandes de la música colombiana. Jairo Varela, el director del Grupo Niche, diría del Joe. “Es un genio musical. El hace dos notas y uno sabe que es él y nadie más…aun cuando es imposible ubicarlo como salsero o músico del caribe, es todo eso y más. Es un icono de la música latinoamericana”.

La impronta de este artista diferente y extraordinario lo define Martha Orrantia, directora de la versión latina de la Revista Rolling Stone: “Llegamos a la conclusión que el Joe es un rockero nato. La pregunta es ¿que otro músico en Colombia, alcanzó tal éxito, cantó su verdad de semejante manera, innovó en los ritmos, vivió a profundidad los excesos de las drogas y el alcohol y fue ídolo a rabiar de su pueblo? La respuesta es muy fácil; ninguno más que el Joe. De hecho, los rockeros colombianos son más sanos que las lechugas recién lavadas” (Ibíd.).

PD: Activa el link de arriba, con la versión original de la canción La Rebelión, interpretada por Joe Arroyo y su orquesta La Verdad.

LA REBELION

Cantautor: Joe Arroyo

Quiero contarle, mi hermano

un pedacito de la historia negra

de la historia nuestra, caballero

 

Y dice así

Uh

Dice

 

En los años mil seiscientos

cuando el tirano mandó

las calles de Cartagena

aquella historia vivió

 

Cuando aquí llegaban esos negreros, africanos en cadenas

besaban mi tierra, esclavitud perpetua

esclavitud perpetua

esclavitud perpetua

 

(Que lo diga Salomé)

(Y que te dé)

(llego, llego, llego)

 

Un matrimonio africano

esclavos de un español

él les daba muy mal trato

y a su negra le pegó

 

Y fue allí

se rebeló el negro guapo

tomó venganza por su amor

y aún se escucha en la verja

no le pegue a mi negra

no le pegue a la negra

no le pegue a la negra

 

Oye, man

no le pegue a la negra

no le pegue a la negra

no, no, no, no, no, no

no, no, no, no, no, no

(No le pegue a la negra)

(No le pegue a la negra)

 

oye, esa negra se me respeta

(no le pegue a la negra)

eh, que aún se escucha, se escucha en la verja

(no le pegue a la negra)

no, no, no, no, no, no le pegue a la negra

(no le pegue a la negra)

 

Negra, que me dice

chambalaquete, chambalequete

(no le pegue a la negra)

 

(No le pegue a la negra)

(no le pegue a la negra)

(no le pegue a la negra)

no le pegues

 

Y con ustedes, Chelito de Castro

 

Vamos a ver que le pegue a jeva

(no le pegue a la negra)

porque el alma, que el alma

que el alma, que el alma

que el alma se me revienta

no le pegue a la negra

Eeh, no, no, no

no, no, no le

pegue a mi negra

porque el alma se

me agita mi prieta

(Mas coros….)

 

El Chombo lo sabe

y tú también

(no le pegue a la negra).