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30 jun 2023

Alberto Cortez

 Texto de  Ernesto Pino

A la memoria del entrañable amigo Gonzalo Campuzano. Creo que fue él, quien me enseñó las primeras canciones de Alberto Cortez, cuando las oíamos en La Candelaria, en la terraza del “Rancho”, que fue acondicionado a las caballerizas del General Reyes. Por fatal coincidencia, la tercera semana de junio de este año, estaba investigando y escribiendo esta crónica, cuando Gonzalo impensadamente se fue sin despedirse. Ojalá en algún rincón del universo, la puedas leer escuchando las canciones del maestro, que tanto compartimos.

“Alberto ha creado un universo. Sus ojos profundos, sus manos, su sonrisa,… y esa voz que no se sabe de donde nace, pero que arrastra todo lo que uno, en un instante de la tarde, le pide a la vida”. (Esteban Valdivieso. músico y compositor español).

“Quiero agradecer a Alberto Cortez, que fue el primero que puso música a unos versos de Machado. Lo hizo en un disco espantosamente maltratado por la cátedra, aun mucho más que el mio. Su “Retrato” y “Las moscas”, son dos canciones que aun sigo cantando…” (Palabras pronunciadas por Serrat en Sevilla el 26 de julio de 2000).

Con desconfianza y todo, la profesora de piano, la señorita Elena Zamalloa; fue la primera que creyó en el talento de un niño grande llamado José Alberto García. Ella le enseñaba a entender el ritmo de las clavijas y la armonía de piezas reconocidas de la música clásica. José Alberto le obedecía a su rigidez, pero en su ausencia, complacía a sus vecinos curiosos, tocando “La Cumparsita”. El niño García, siempre fue grandote y en la época de los pantalones cortos, no los quería usar porque sus amigos le hacían bromas. Al salir del colegio corría a casa y se ponía los pantalones largos. Pero la malicia del barrio no perdona y así José Alberto tendría el primero de sus apodos: El “Chiquito” García (en su edad adulta y cuando ya no podía crecer más, llego a sus 1,90 de estatura). (Ver “Alberto Cortez. La vida”. Laura Etcheverry).

Nació en 1940, en Rancul, una pequeña localidad de la provincia de La Pampa, de la República Argentina. Con el tiempo, el desconocido José Alberto García, se convertiría en el famoso cantautor Alberto Cortez. Tanto Rancul, donde nació, como San Rafael donde estudio su bachillerato, se reconocieron después como los pueblos progenitores del artista, y por supuesto e indudablemente, lo adoptaron como el más celebre de sus personajes. Muchos años después, el “Cuqui” Morales, un amigo simple del colegio y compañero de serenatas, compró un disco de un tal Alberto Cortez, un sencillo con dos canciones “El abuelo” y “Cuando un amigo se va”. Al escucharlo en el silencio de su casa, le gritó a su mujer: “Tiene que ser él. Tiene que ser él”. “Quien?”, dijo ella. “Es el chiquito”, dijo emocionado. Se llamará ahora Alberto Cortez, pero es “El Chiquito”. Una prueba imperdible, de que cualquier condiscípulo de colegio, en cualquier parte del mundo, te puede reconocer por la voz.

No todos los que quieren ser artistas, toman decisiones afortunadas. José Alberto García, si fue la excepción, cuando ubicado en Buenos Aires para estudiar la profesión de abogado, renuncio a ella por cantar: siendo cantante aficionado de confiterías y cantinas del barrio La Boca y con habilidades tempranas de pianista, aprovechó su estatura, su galantería y su “chorro” de voz. Tocaba el piano y cantaba todas aquellas canciones que el público le anotaba en una servilleta. En esos espectáculos nocturnos, conoció de primera mano al gran cantante de tangos, Julio Sosa, a quien le hizo algunas veces de telonero. Pero el tango no era lo suyo y además tenía una competencia feroz, con ídolos como Edmundo Rivero y Roberto Gocheneche. Para su fortuna, apareció la orquesta Jazz San Francisco, que tocaba música americana y tropical, y que le permitió darle la vuelta a la Argentina montado en autobús y sonando en emisoras de radio.

Ese fue el punto de quiebre en la vida artística de José Alberto García, quien con menos de 20 años, le dijo adiós al Derecho y bienvenida a la dura vida del artista. Ahí mismo le tocó cambiar su nombre insípido del joven ciudadano de Rancul, por el de Alberto Cortez (sin tilde y con z), un nobel cantante de Buenos Aires: Dice la leyenda, que Alberto Cortez, su marca de cantante, correspondía a su segundo nombre, Alberto; y Cortez en vez de García, porque en ese momento de angustia económica vivía modestamente en un cuarto ubicado en la calle Hernán Cortés, de la capital argentina.

Pero su empujón artístico definitivo, sucedió cuando el Argentine National Ballet and Show, menos rimbombante que su nombre, lo contrato como cantante para realizar una gira en Europa, que al final resultó en un elocuente fracaso, salvado a medias por las joyas empeñadas de su amigo y empresario Hugo Diaz y la providencial presencia del productor de discos, el Belga Willy van der Oteen, quien le invitó a grabar un disco con 6 canciones, de las cuales 2 sorprendieron de manera imprevista: el “Sucu sucu”, un chachachá boliviano y “Las palmeras” (Ay, mi corazón está empezando a padecer/ desde que yo te conocí, mi dulce miel/ sé que para mí es muy difícil olvidar/ todo el encanto de tu voz y tu mirar…). Era increíble, en los cafés, en los bares, en la radio, a toda hora, se escuchaba la voz de Alberto Cortez, que como una lámina se había pegado al gusto musical de los belgas. Tanto, que en adelante seria conocido con su segundo apodo: “Míster Sucu Sucu”. En la televisión de Bélgica, un país con espectadores un poco rígidos y silenciosos, Cortez, los puso a cantar y a batir las palmas. Poco después en 1965, Cortez participa en el Festival de Mallorca con su canción “Me lo dijo Pérez” que lo consagraría en su papel de interprete en España. Seguramente, muchos de los admiradores de Cortez, no conocían esta canción que siendo de su autoría y con un ritmo tropical ajeno a su perfil, se convertiría en el eco promisorio de su voz en Europa.

En Europa, el principiante Alberto Cortez, conoció cielo, mar y tierra. Ancló su nave de artista y se casó con la pintora belga, Renèe Govaerts “Renata”, quien fue su compañera de toda la vida. Desde que lo conoció en una reunión privada, lo agarró para siempre: ella, siguiendo la costumbre belga, de sacar a los hombres a bailar y asi evitar su fuga a los bares; hizo lo propio con Alberto, en contra de un familiar que se oponía a que el pagador de la fiesta sacara a bailar al artista: - Cuantos años tienes?, le pregunto Cortez; - Aquí no preguntamos eso a una mujer, respondió ella. Y Cortez con picardía le confesó, - Es que temo salir con alguien menor de edad”. (Ver “Alberto Cortez. La vida”. Laura Etcheverry).

Alberto Cortez, sentía que ya estaba listo como interprete al ser conocido ya en el ámbito de la canción popular de Bélgica y de España y empezaba a sonar en Latinoamérica. Pero se dio cuenta que le faltaba algo, cuando algún dia, a instancias de Renata, escuchó en Amberes, al gran cantautor belga, Jacques Brel, uno de los más importantes autores de la gran canción francesa, el mismo que compuso la gloriosa canción “Ne me quitte pass” (No me abandones) y que haría famosa a Edith Piaf. Cortez, entendió que no bastaba con interpretar tangos, boleros y folclor argentino; y que en el fondo de su espíritu musical tenía como hacerle el relevo a Brel, a Yupanqui y a Bob Dylan.

Y la época era propicia para cosas nuevas.

Estábamos en la España franquista, atiborrada de las cosas negativas que trae una dictadura, como el miedo, la desolación, la desesperanza, la liviandad del conocimiento y la desmemoria, permitidas en la radio convencional que adormilaba las conciencias de los españoles: como diría Antonio Machado en la voz de Serrat, “Ya hay un español que quiere/ Vivir y a vivir empieza/ Entre una España que muere/ Y otra España que bosteza… Españolito que vienes/ Al mundo te guarde Dios/ Una de las dos Españas/ Ha de helarte el corazón”. Y como sucede siempre, producto de las crisis políticas, aparece el arte con toda su fuerza abriendo grietas imposibles en contra de los regímenes autoritarios. Surgen los cantos de la nueva canción catalana, que reivindicaba su propia lengua y denunciaba las atrocidades de la dictadura franquista. Líderes de ella son Lluis Llach, Salvador Escamilla, Joan Manuel Serrat, etc. En ese contexto difícil, empezó la vida de cantautor de Alberto Cortez en España, al unísono con Paco Ibáñez, exiliado en París.

El 22 de abril y el 19 de diciembre de 1967, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, Alberto Cortez, empezó públicamente su carrera de cantautor y ofreció dos recitales, dedicados a cantar poemas musicados (antes de que lo hiciera Joan Manuel Serrat). El 22 de abril cantó dos poemas de Pablo Neruda, los poemas 15 y 20 de “20 poemas de amor y una canción desesperada”, y canciones de Jaime Dávalos y Atahualpa Yupanqui. El día 19 de diciembre, en ese mismo lugar, cantó a poetas clásicos como El Marqués de Santillana (un poema), Lope de Vega (un poema), Luis de Góngora (dos poemas) y Francisco de Quevedo (un poema); poetas de la Generación del 98 como Antonio Machado (seis poemas) y de la Generación de la República como Miguel Hernández (un poema), musicados por el propio Cortez. Le acompañó la orquesta de Radio Televisión Española dirigida por Waldo de los Ríos. Diría el mismo Alberto Cortez, recordando esos recitales: “Recurrimos al siglo de oro español y compuse canciones con textos de Luis de Góngora, Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Villegas… selección (que) fue una excusa para sortear la férrea censura franquista, suponiendo que el censor de turno no se atrevería a prohibir poemas de tan dorado origen, pero en realidad el verdadero fin era exponer canciones con poemas de Machado, de Neruda, Yupanqui o Miguel Hernández, nombres todos impronunciables entonces sin correr el riesgo de una severa reprimenda oficial”. (Ver  www.albertocortez.com).

De allí en adelante, la carrera artística de Alberto Cortez, fue imparable y reconocida especialmente en la mayoría de los países de habla hispana. Además de musicalizar poemas reconocidos de los poetas mencionados, Cortez aumentó el reconocimiento de otros grandes autores literarios como Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte), Jorge Luis Borges, Luis Pales Matos, José Fernando Dicenta, para solo mencionar algunos que tuvieron suceso en varias de sus canciones y que se resaltan más adelante. Igualmente, Alberto Cortez, acumularía en su arsenal de artista, una batería impresionante de sus propias canciones, que marcarían un hito en la música latinoamericana: ya es un hecho la recordación popular de canciones que se cantan en las fiestas y en los funerales; y que van desde “en un rincón del alma” hasta “Cuando un amigo se va”.

Recordemos una muestra muy simple de su gran repertorio.

En un rincón del alma. Cuando la mayoría de los latinos la escuchamos, era improbable que esa canción no fuera del cantante brasilero Miltiño, una versión inolvidable. En su primer viaje a México, el vuelo tuvo tantos inconvenientes con retrasos notables, que cuando hizo escala en Nueva York, el artista fue llevado a una sala de espera para continuar su viaje a Ciudad de México. Solo y aburrido de tanta demora, se sorprendió cuando empezó a sonar una pieza instrumental de su canción “En un rincón del alma”. Casi llorando, sintió la felicidad de escuchar su canción en una tierra extraña con otra cultura, con otro idioma. Por fortuna la musica es un lenguaje universal.

El amor desolado. Es un poema de José Fernando Dicenta, poeta y dramaturgo español y compañero laboral de Cortez. Waldo de los Ríos, gran director de orquesta argentino y acompañante muchas veces de Cortez, se suicidó en 1977: Multimillonario hecho a sí mismo que se paseaba por la calle en Lamborghini, esposo de la actriz Isabel Pisano, homosexual reprimido, amigo de Fellini, rival musical de Astor Piazzolla, actuó ante la reina de Inglaterra y le dijo que no a Stanley Kubrick cuando éste le suplicó en vano que hiciera la banda sonora de la película La naranja mecánica, el mismo que grabó el Himno a la alegría en un estudio con más de 120 músicos. En su homenaje Alberto Cortez le dio vida al poema de Dicenta. Tristemente conmovedora y bella, es el relato doloroso de un ser incomprendido. Realmente, es una obra de arte. “Yo puse el esfuerzo/ y ella la desgana/ yo el hondo silencio/ y ella la palabra/ yo senda y camino/ y ella la distancia/ yo puse los ojos/ y ella la mirada”. Existe una admirable versión tanguera de Jorge Falcon.

Cuando un amigo se va. Un icono musical de Alberto Cortez. Una canción de la realeza y del pueblo. Cuando murió Jaime de Mora, hermano de la reina Fabiola de Bélgica, la viuda le pidió consentimiento a Cortez, para despedir solemnemente a su marido. Se volvió costumbre latina, que se cante en en casi todos los sepelios de la gente pobre y de la clase media y también en los entierros de los ricos. Cortez, se la dedicó a su padre, su mejor amigo y cómplice; igual que Piazzola hizo lo mismo cuando compuso a su padre “Adiós Nonino”. Una de las canciones de Cortez, que Serrat hubiese querido escribir.

A mis amigos. Es una de las canciones más cantadas por la gente en homenaje a la amistad. Ya lo decía Yupanqui, “un amigo es uno mismo en otra piel”. En su primera temporada en Argentina, su patria, ausente de su musica; en el teatro Coliseo de Buenos Aires, inesperadamente apareció un coro de niños cantando “A mis amigos”. Locura colectiva, invasión del escenario y la emoción profunda de Alberto Cortez. “A mis amigos les adeudo la ternura/ y las palabras de aliento y el abrazo/ el compartir con todos ellos la factura/ que nos presenta la vida, paso a paso…”.

Almafuerte. Seudónimo del maestro y poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917). Es uno de los grandes poetas latinoamericanos, injustamente olvidado y de quien el mismo Jorge Luis Borges le diría a Cortez, “se puede corregir con cierta facilidad una página escrita por Almafuerte, pero es imposible escribir una página como él”. El poeta del siglo XIX, maestro sin título en escuelas de provincia, hostigado políticamente y sujeto a una permanente pobreza por rechazar sistemáticamente cualquier dádiva gubernamental. El mismo hombre, que por sus carencias, se envolvía en la bandera cuando sentía frio. Alberto Cortez, lo recuperó para la musica y la literatura en 1989 y en 1992, lo recitó en el mismo teatro Colon, el mítico escenario reservado hasta entonces, a los grandes artistas de la lírica.  Cortez, pensaba que recuperar a Almafuerte, era su misión y también del Ministerio de Educación de Argentina (y yo diría de todos los ministerios de Educación de América Latina). Su mensaje es una luz para todos en la lucha por sobrevivir en un mundo que siendo feliz, es caótico, implacable y desigual. Podrá ser el disco de Almafuerte, el menos comercial de todos, pero seguramente en el tiempo, será uno de los más profundos del alma latina. Aquí, unos versos de “Los Incurables”: “No te des por vencido, ni aun vencido/ no te sientas esclavo, ni aun esclavo/ trémulo de pavor, piénsate bravo/ y arremete feroz, ya mal herido/ Ten el tesón del clavo enmohecido/ que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo/ no la cobarde intrepidez del pavo/ que amaina su plumaje al primer ruido/ Procede como Dios que nunca llora/ o como Lucifer, que nunca reza/ o como el robledal, cuya grandeza/ necesita del agua y no la implora…”

Festival “Todas las voces todas”. No es un disco, es un concierto celebrado en Quito en junio de 1996. Previamente, Alberto Cortez y su amigo y cantautor Facundo Cabral, habían realizado exitosamente dos giras internacionales y presentado “Lo Cortez no quita los Cabral” (antes del festival mencionado) y Cortezias y Cabralidades (después del festival) y donde habían hecho una combinación de canciones y textos poéticos y humorísticos. El pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, organizó un festival de musica en beneficio de la construcción de un museo de arte, llamado La Capilla del Hombre. Fueron invitados varios de los principales cantautores iberoamericanos de la época (Piero, Silvio Rodríguez, Facundo Cabral, Víctor Heredia, León Gieco, Fito Páez, Charlie García, Joaquín Sabina, Mercedes Sosa entre otros y Alberto Cortez). La presencia de Cortez, era una un hecho inesperado, pues tan solo en enero de 1996, el cantante había sido operado de urgencia y la gravedad del asunto medico (problemas del corazón), hacía impredecible su recuperación física y artística. Al finalizar, todos lo abrazaron emocionados al reconocer que esa gran voz de Cortez, estaba intacta. Víctor Heredia, quien se consideraba su hermano menor, lo abrazó como a un perdido y le dijo emocionado, “estas de vuelta, cabron, estas de vuelta”.  “Guayasamín, de cuerpo presente, pintó un retrato de Cortez, que hoy engalana el museo La Capilla del Hombre.

Otras canciones memorables. La discografía de Cortez totaliza más de cuarenta álbumes lanzados desde la década de 1960. Tiene cientos de canciones, de gran nivel la mayoría; sería imperdonable no reconocer algunas que son memorables y que ya hacen parte del recuerdo musical latinoamericano. Canciones como “Mi árbol y yo”, una canción ambiental, que el gobierno mexicano, la utilizó en una campaña nacional de reforestación. “Callejero”, dedicado a un perro vagabundo que en muchas ocasiones los acompañaba en el edificio donde vivía Alberto con Renata. Entraba y salía cuando quería: “…su filosofía de la libertad fue ganar la suya sin atar a otros, y sobre los otros no pasar jamás”. “El abuelo”, dedicada a su abuelo, emigrante español de Galicia, quien se radicó en la Argentina y nunca más regresó a su tierra natal. “Distancia”, es la canción de todos los nostálgicos del mundo. En ella se pueden recordar, la niñez, la juventud, los primeros amores, los juegos, las calles del pueblo, los amigos; y el deseo inmenso de volver. “Como el primer día”, es una canción dedicada a Renata, su mujer, en homenaje a su amor y complicidad. “Castillos en el aire”, es un tema dedicado a David Ortiz Anglero, poeta, locutor y actor de doblajes (el mismo que hizo la voz de Superman), gran amigo y de quien Alberto decía que estaba loco, igual al personaje de la canción. “La canción del vino”, es un homenaje a sí mismo, agradecido de la magia que le había brindado en muchos episodios de su vida: “Sí señor... el vino puede sacar/ cosas que el hombre se calla/ que deberían salir/ cuando el hombre bebe agua… Que nunca le tiembla el pulso/ cuando pulsa una guitarra/ Que no le falta un amigo/ ni noches para gastarlas”. “A modo de responso”, es una canción dedicada por el artista a su gran amigo, el periodista argentino Miguel Ángel Merellano. Poco conocida, pero con un mensaje profundo al amigo ausente: “Miguel, ¿de qué color es la temperatura? / A cuántos grados funde la ternura, la piel? /Cómo se miden las eternas dudas? /Cómo se cantan las canciones mudas?

 Por último, un mensaje para todos. “A partir de mañana”, como dice Cortez, “A partir de mañana empezaré a vivir la mitad de mi vida/ a partir de mañana empezaré a morir la mitad de mi muerte/ a partir de mañana empezaré a volver de mi viaje de ida/ a partir de mañana empezaré a medir cada golpe de suerte”.

Una anécdota para tangueros. Algún día en Buenos Aires y siendo aún muy joven, Alberto Cortez se fue al Bar Mónaco, donde cantaba por una propina e interpretó el tango Malena. Enseguida, se vio asediado por una mujer de mediana edad que estaba visiblemente conmovida: “Perdoná, pibe, pero me emocioné al escuchar a una voz tan joven cantar este tango, porque yo soy Malena”. Cortez, confuso e incrédulo de haber conocido un mito, se fue a buscar al maestro Lucio Demare, el compositor de Malena con letra de Homero Manzi. “Le describí a la mujer como una señora de mediana estatura, rubia, cercana a los cincuenta años y con una voz más bien ronca, o mejor dicho oscura, como dice el tango. Me dijo que presentaba un show en un cabaret del Bajo cuyo nombre se escapa obstinadamente a mi memoria y esperé el veredicto”. -Es ella, dijo el maestro, -ella es Malena. (Ver alberocortez.com)

En fin, Alberto Cortez, murió en el 2019 a sus 79 años. A uno de los mejores cantautores de la musica popular latinoamericana, solo resta dedicarle su propia canción: “Cuando un amigo se va”.

CUANDO UN AMIGO SE VA

Cantautor. Alberto Cortez

Cuando un amigo se va

queda un espacio vacío

que no lo puede llenar

la llegada de otro amigo.

Cuando un amigo se va

queda un tizón encendido

que no se puede apagar

ni con las aguas de un rio.

Cuando un amigo se va

una estrella se ha perdido

la que ilumina el lugar

donde hay un niño dormido.

Cuando un amigo se va

se detienen los caminos

y se empieza a revelar

el duende manso del vino.

Cuando un amigo se va

queda un terreno baldío

que quiere el tiempo llenar

con las piedras del hastío.

Cuando un amigo se va

se queda un árbol caído

que ya no vuelve a brotar

porque el viento lo ha vencido.

Cuando un amigo se va

queda un espacio vacío

que no lo puede llenar

la llegada de otro amigo.