En la competencia por conquistar el público latino
de la balada se enfrentaron 3 grandes cantantes argentinos: Palito Ortega,
Leonardo Favio y Sandro. Todos ellos despertaron el entusiasmo juvenil de los
años 70 del siglo 20. Pero solo uno logró el frenesí de los jóvenes. Era una
versión en español de Elvis Presley. Era Sandro.
La década de los 70 del siglo XX, fue una época muy convulsionada, llena de
matices oscuros y claros, pero con una trascendencia significativa en la vida
del planeta, que se había replanteado todo después de la segunda guerra
mundial. Hubo sucesos impactantes de la política global, para solo mencionar
algunos: la guerra del vietnam, que llegaba a su fin; el tono subido del
conflicto árabe-israelí; el escándalo de Watergate y la renuncia de Nixon a la
presidencia de USA; el poder manifiesto de la OPEP, con los precios del
petróleo; el auge de grupos terroristas, como las Brigadas Rojas, el Ejercito
Rojo Japones, ETA, Septiembre Negro; el debilitamiento de la Unión Soviética,
el fin de las dictaduras de Europa de sur (España, Portugal y Grecia). Pero
también, hubo sucesos claros, muy positivos para el desarrollo social, como el
ascenso de los Países Escandinavos con su modelo socialdemócrata y también la
aparición de inventos novedosos como los electrodomésticos, que aumentaron el
bienestar de la población: el microprocesador y la computadora, el microondas y
la televisión a color; entre otros. Por
otro lado, fue la música popular, la protagonista de uno de los más grandes
fenómenos artísticos y sociales de la historia moderna; que había empezado en
los años 50 con la aparición del rock and roll, el primer grito de desahogo y
de rechazo a la guerra, seguido por la aparición del rock en su esencia
británica de las grandes bandas que querían emular el éxito mundial de los
Beatles. En Nueva York y en América Latina, se dieron dos movimientos musicales
que conmovieron a la juventud de la región. La salsa en la primera y la balada
en la segunda. La balada, como dicen muchos conocedores, una afortunada
extensión del bolero que inundó la radio latinoamericana desde los años 30;
tuvo su mayor fortuna en la década de los 70, a pesar de la gran competencia que,
en el mercado juvenil, representaba la salsa, el Rock, la Bossa Nova y la
música tropical. Nunca ha existido una época tan prolífica de buena música
popular y con múltiples seguidores para todos los géneros.
En esa época dorada de la balada, se presentaron dos opciones plenamente
identificadas en el gusto juvenil. Una era, la canción de autor o canción
testimonial, representada lujosamente por artistas como Violeta Parra, Joan
Manuel Serrat, Alberto Cortez, Piero, Facundo Cabral e importantes grupos
folclóricos como Quilapayun, Los Olimareños, Inti Illimany, etc. La otra corriente
era la balada tradicional romántica, que al decir del filósofo Jesús Martin Barbero,
era la representación de la integración sentimental latinoamericana. La balada,
no es más que una canción de amor de ritmo lento. Una disculpa musical para que
los adolescentes hombres y mujeres participen en una especie de glorificación
del amor, sin contradicciones, sin macula alguna, la invocación de momentos mágicos
del romanticismo. Aprovecha, eso sí, una melodía fácil con estribillos
pegajosos que giran en la voz sentimental de un cantante que en el corto plazo
se convierte en vedette. La balada le propone al público joven una nueva manera
de sentir y expresar el sentimiento amoroso, la condición de género y la
experiencia del cuerpo, su goce y su placer. (Ver “La balada y su exaltación
del amor”. Federico Medina Cano).
La lista de los baladistas es muy larga pero exitosa, en un mercado
adolescente que, a pesar del paso del tiempo, se ha mantenido fiel a la mayoría
de ellos, que ya están viejos o que simplemente ya no están. Son fieles, porque
después de más de 50 años, todavía cantan sus canciones. Muy representativos son, Rafael, Leo Dan,
Palito Ortega, Leonardo Fabio, Camilo Sesto, Julio Iglesias, José José. Y por
supuesto, Roberto Sánchez, más conocido como Sandro.
El día de la independencia argentina, el 9 de julio de 1957, un adolescente
de 12 años, llamado Roberto Sánchez, se presentó como artista en el acto
escolar de celebración patria y con todo el desparpajo del mundo, cantó
imitando a su ídolo Elvis Presley; logrando los aplausos y la ovación de un público
sencillo y barrial. Ahí, sin saberlo, sin siquiera imaginarlo, se empezó a
escribir el destino de Sandro, uno de los más icónicos cantantes del género de
la balada romántica.
Si el chico Roberto Sánchez, hubiese sido un buen estudiante, seguramente
habría sido abogado, ingeniero o diseñador; pero nunca habría sido un artista destacado
de la música: en su primer año de bachillerato, perdió 9 materias de 11 y se quedó
por fuera de las aulas. Desempleado y sin recursos, desempeñó los oficios de
servicio que le caben a un joven sin educación: repartidor de carnicería, ayudante
de taller mecánico, tornero, acompañante de camionero, pulidor de pisos y
tapicero, mensajero de droguería y ayudante de su padre repartiendo vino en la
ciudad de Buenos Aires. Vino que repartía, en un triciclo, pintado
escandalosamente con calaveras y llamaradas de fuego.
Todo empezó en el bar Pancho, ubicado cerca a su casa y donde su inquietud
musical, se manifestó tocando una cucharita en el mueble de una mesa y en el
vaso de la cerveza. Después, allí mismo, conocería a Enrique Irigoytía, un
chico que tocaba la guitarra y al que Roberto acompañaba con la armónica. Se
juntaron, pero lo único que tenían organizado, eran las ganas de salir
adelante, empezaron a visitar los clubes de barrio, a dar serenatas cantando de
todo, fueran boleros, tangos, pasodobles, rock, etc. Roberto imitaba a Jhony
Albino, el cantante del Trio Los Panchos.
Y llegaron Los de Fuego, una banda de rock, donde Roberto, aparecía
como guitarrista y voz de coro. Todo parecía normal, cuando ellos competían con
otras bandas y cuando el rock empezaba a inspirar a los jóvenes argentinos y de
América Latina. Pero sucedió un día de 1962, cuando en el curso de una presentación
el cantante principal, Héctor Centurión, se quedó afónico y la voz no le salía.
Todos se miraban angustiados y señalaron a Roberto. Desde ese dia, nunca soltaría
el micrófono para cantar. Reinició el show, imitando a los grandes del rock. Roberto,
volvió a interpretar imitando a su ídolo, Elvis Presley: frenético, desinhibido,
endiablado. “¡No podíamos bajar del escenario! Repetíamos los temas porque
teníamos solo seis o siete”. Allí mismo, empezaría el nuevo rumbo artístico
de Roberto Sánchez: eran dos, él y Los de Fuego. (Ver “Sandro de América.
Graciela Guiñazú.)
Y llego la transformación definitiva. Roberto Sánchez, se convirtió en
Sandro: adquirió este seudónimo, que originalmente era el nombre concebido por
su madre, pero que el Registro Civil, de manera insólita no aceptó.
Hasta el año 1965, Sandro y Los de fuego, tuvieron una presencia
significativa en Argentina, interpretando grandes clásicos del rock, haciendo
traducciones libres del rock anglosajón. Algunos ejemplos: de Los Beatles (“A
Hard Day's Night” como “Anochecer de un día agitado”, “She's A Woman como “Es
una mujer”, “I'll Follow The Sun “ como “Perseguiré al sol”, “Love Me Do” como
“Ámame”, “Ticket
To Ride” como “Boleto para pasear”); de
Elvis Presley (“You´re the Devil in disguise” como “Eres el demonio disfrazado”,
“Suspicious Minds” como “Mentes sospechosas”, “Unchained Melody” como “Melodía
desencadenada”), de Chuck Berry (“Música de Rock and Roll”), de Ray Charles (“What'd
I Say” como “Qué dije”), de The Animals (“The House of the Rising Sun” como “La
casa del sol naciente”: hay un cambio de la turbia versión original, por una
versión religiosa), de Bob Dylan (““Blowin' in the wind” como “Soplando en el
viento”), de Little Richard (“Tutti Frutti”), de Jerry Lee Lewis (“Hay mucha
agitación”), de Tom Jones (“Dalila”). El grupo también creó algunas canciones
de rock en español, que aunque no tuvieron un impacto relevante en el medio
local, si fueron semilla del impresionante movimiento rockero de la argentina
de los años 80 (por ejemplo, “Ave de paso”, muy conocida en nuestra cultura
latina). El esfuerzo de Sandro y Los de Fuego, era inusitado y no
reconocido por la crítica: en algún momento se les consideró despectivamente
como cantantuchos de música “grasa” (la música de los barrios bajos, como
otrora sucedió también con el tango). O como resaltaría Charlie García, "estaba
bien cantar en inglés y era grasa cantar en castellano".
En este tránsito del artista, aprendiendo y haciendo rock, es menester
mencionar la figura y la presencia del gran cantante de tangos, Julio Sosa. “El
varón del tango”, era uno de los cantantes consagrados en Buenos Aires y el
foco central del espectáculo musical. Con Sosa, compartieron escenario, cuando
apenas empezaban Los de fuego. Les tocó enfrentar las “barras bravas” de
los cafetines de Buenos Aires, aficionadas a los tangos y a las milongas. En
uno de esos encuentros musicales, Julio Sosa le pronosticó: “Bien, pibe, vos
tenés algo, algo puede pasar con vos”. (Ídem).
Y entonces apareció Oscar Anderle.
Tan revelador en la vida de Sandro como su padre, fue Oscar Anderle,
cantante de jazz, autor de letras; pero sobre todo representante de artistas.
Fue Anderle, quien lo convenció de darle un giro a su carrera artística, nada
difícil cuando entendió que el mismo Sandro, buscaba algo más, que hacer el
cover de grandes artistas, sin llegar a superarlos. Sandro, era un musico
autodidacta, con un talento natural para actuar, para cantar y para escribir
canciones, pero que aún estaban ocultas. De esta manera enfrentaron al primer
reto, como era participar en el Festival Buenos Aires de la Canción 1967. Nada
fácil por los artistas competidores que eran más conocidos que él en el mundo
de la balada romántica: Leo Dan, Palito Ortega, Yaco Monti, Barbara y Dick. Querían
participar dignamente, pero con una prudente esperanza de triunfo, y teniendo
en contra un limitado entrenamiento con los músicos. Así y todo, ganó el
concurso con una canción maravillosa, que le abrió las puertas del mercado
internacional: “Quiero llenarme de ti”. De riguroso smoking, Sandro cantó por
tercera vez en la noche. El público estalló y entre gritos y ovaciones, le hizo
coro a la canción: “Quiero llenarme de ti/quiero poderme encontrar/entre la
naturaleza/ y mi vieja tristeza poder olvidar...”. De manera reñida, le gano a
Daniel Toro, por seis votos contra cinco. Esa noche Sandro entendió con su
triunfo, que el rock ya era cosa del pasado y que emergía impensadamente como
un nuevo artista cantando baladas, las mejores baladas de Latinoamérica.
Luego su éxito seria incontrolable, al presentarse como una estrella en los
festivales de Viña del Mar, su actuación fulgurante en el Madison Square
Garden, de Nueva York: el primer recital en la historia de la televisión
mundial que se transmitió vía satélite en vivo y en directo. Dieciséis países
de todo el continente tomaron esa transmisión y fue visto por 250 millones de
espectadores (solo en el Gran Buenos Aires lo vieron 1.800.000 televidentes).
Graba por fonética en inglés, italiano y portugués. Gana el Festival internacional
de cantantes galos en Cannes, Francia. Es invitado especial al Festival de San
Remo en Italia. Convoca multitudes en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro. Actúa
en el Carnegie Hall de Nueva York. Recorre México con sus conciertos. Recorre
imparable los principales escenarios de Suramérica. Y cientos de veces, se
presenta desde sus inicios hasta su final, en los mejores teatros de Argentina.
En 1993, cuando la estrella de los jóvenes era Soda Stereo, rebasa las
presentaciones en el teatro Gran Rex; demostrando que hasta el 2004, cuando
presentó su show, “la Profecía”, la gente asistía religiosamente a sus
presentaciones, con abuelas de 60 (que Sandro llamaba “mis nenas”), que iban
con sus hijas y con sus nietas. Después Sandro haría numerosas películas de
cine, aprovechando su fama de cantante y galán que enamoraba a las
adolescentes: películas banales,
lacrimosas, que trasladaban al celuloide, la trama ingenua de las telenovelas
suramericanas, tan de moda en ese tiempo y que escenificaban las baladas de
moda del artista. Según Wikipedia, Sandro protagonizo 14 largometrajes y varias
telenovelas.
No sobra comentar, que el papel de Oscar Anderle en la vida de Sandro,
generó una polémica en los medios faranduleros de la Argentina, bajo la
hipótesis de que Anderle, tenía más méritos empresariales que artísticos en la
evolución de la música del artista y que no era tan veraz su capacidad de
compositor a pesar de que muchas canciones llevaban su firma como coautor. Mas
bien y en eso si hay un acuerdo general, los méritos musicales de
acompañamiento musical de Sandro, le corresponden a Jorge López Ruiz, musico,
compositor y arreglista, especialmente en la época de oro del artista, entre
1967 y 1970. Fue López Ruiz, en efecto, quien ajustó las líneas musicales de
las que quizás fueron sus mejores canciones, las mismas que lo llevaron a la
gloria y que le dieron ese perfil del Sandro, icono de las adolescentes de América
Latina. Ya Sandro, había adquirido los matices artísticos que lo harían famoso:
“La ceja levantada, el temblor en los labios, la pelvis audaz, los brazos en
cruz, la mirada profunda, las rodillas en el suelo, el sudor en la frente, el
saco girando en el aire a punto de ser revoleado al público, la sonrisa
seductora y la voz de trueno: los diez mandamientos de un ritual que ofreció
desde el mismo instante en que se adueñó del escenario. Como si hubiera sido
criado ahí y no en la humilde cuna de hierro de un conventillo de Valentín
Alsina”. (Ídem).
En la década de los sesenta y setenta, la moda del consumo del cigarrillo,
fue incontenible en la sociedad entera y un vicio, que fácilmente se acomodó a
las costumbres juveniles. Hay afiches que muestran a Sandro, anunciando su
concierto, con un humeante cigarrillo en sus manos. Ese mismo, que al final de
su vida le pasaría factura: mientras pudo, diariamente se fumaba 3 paquetes al
día.
Las canciones de la fama, además, tuvieron una sospechosa calificación de
la dictadura argentina (1978-1983), cuando proscribieron aquellos artistas con
sabor a contracultura como Piero, León Gieco, Yupanqui, Mercedes Sosa, Víctor
Heredia, Charlie García. Incluso, cuando el conflicto de las Malvinas copó la
atención mundial, el régimen militar prohibió las canciones cantadas en inglés,
negando la calidad de Los Beatles, de Queen, Rod Stewart, Eric
Clapton, todos de origen británico. Pero lo más insólito sucedió, cuando
también prohibieron las canciones de Palito Ortega y de Sandro. Canciones
románticas, lejos de la protesta social, pero si cantadas por la juventud en un
nuevo espacio de libertad, frente a la censura militar y la rigidez exagerada
del culto religioso. Para la Junta militar, Sandro era un demonio que corrompía
a los jóvenes, ¿cómo así que las chicas llevadas del arrebato terminaban
tirándole al cantante sus prendas íntimas? Se estarían violando las reglas de
la moral cristiana, solo porque unos jóvenes adolescentes, iban a los
conciertos buscando un escape a una vida, que para ellos, no valía la pena?
Curiosamente, las mejores canciones de Sandro, tomaron un alto vuelo
durante el régimen militar, porque pese a la censura repetida y permanente, los
jóvenes las escuchaban y las cantaban para reemplazar la agresión e
intolerancia del aparato militar. Además de “Quiero llenarme de ti”, otras
canciones por más de 50 años, se siguen escuchando con el mismo fervor de 1967.
“Las manos”, una canción de Sandro, que no es la más conocida, pero que
fue exaltada por el gran compositor mexicano, Armando Manzanero. Dice Sandro, “Una
vez nos encontramos con Manzanero y le digo, ‘Ese tema que hiciste Somos
novios te lo envidio desde los más profundo de mi corazón’. Y él me
contestó, ‘Y yo te odio, porque hiciste Las manos antes que yo’”. Una
canción, para todos aquellos que negaron su talento, porque no era posible que
un chico de las barriadas, que estudió solamente un año de bachillerato, lo
tuviera de sobra. Dicen Las Manos: “Que hermosas son las manos/ del
humilde, labrador/ que se sumen, en la tierra/que trabajan, sol a sol… Pero hay
manos, que son garras/cegadas por la ambición/que ordenan: ¡a la guerra! / y
causan desolación. (Idem).
La canción “Rosa, Rosa”, dicen muchos, que es la más cantada y la más
recordada. Nació, casi como una tontería. Rosa, realmente era la empleada del
servicio de su arreglista Jorge López Ruiz. Alguna vez, Sandro entró a su casa
y con desenfado gritó “Rosa, Rosa, que me preparaste”. Y López Ruiz, lo increpó,
“escribí un tema, boludo”. A Sandro le sonó e inspirado también en la canción
“Lo que fue ya paso”, de su ídolo Charles Aznavour, compuso “Rosa Rosa”: “Rosa,
Rosa tan maravillosa/ como blanca diosa, como flor hermosa/ tu amor me condena
a la dulce pena del sufrir/ Rosa, Rosa dame de tu boca/ esa furia loca, que mi
amor provoca/ que me causa llanto, por quererte tanto/ solo a ti/ Rosa, Rosa
pide lo que quieras/ pero nunca pidas que de amor se muera/ si algo ha de
morir, moriré yo por ti...” (Ver “Sandro bajo la lupa y la verdadera
identidad de Rosa-Rosa”. Pablo Alonso. El Clarín).
La canción “Trigal”, solo necesitó, que la dictadura franquista la
censurara en España, para que todo los jóvenes la cantaran. Prohibida, porque
según ellos, el contenido erótico de la canción era muy fuerte y contrariaba
los esquemas morales del régimen. En realidad, la canción es una literaria y
alegre interpretación de la intimidad femenina: “Trigal, donde mis manos se
dilatan/ se comprimen y arrebatan/ el color de tu trigal/ Trigal, ay! Trigal… Trigo maduro hay en
tu pelo/ robó quizá la luz al Sol/ yo soy el dueño de tu fruto/ soy el molino
de tu amor...”.
La canción “Una muchacha y una guitarra”, una optimista y alegre tonada
cantada masivamente, fue dedicada por el autor a la bella Miss Argentina de
1967, Yolanda Scuffi. Juntos le dieron portada al álbum musical, llamado así.
Apreciable, es un arreglo musical que se hizo en 2018 (8 años después de
fallecido Sandro), donde cantan esta canción, Sandro y Carlos Vives: “Una
muchacha y una guitarra/ para poder cantar/ esas son cosas que en esta vida/ nunca
me han de faltar… No quiero que me lloren/ cuando me vaya a la eternidad/ quiero que me
recuerden/ como a la misma felicidad/ pues yo estaré en el aire/entre las
piedras y en el palmar/ estaré entre la arena/ y sobre el viento que agita el
mar…”
La canción “porque yo te amo”, fue un éxito grandioso conjuntamente con las
canciones “Como lo hice yo”, “Así”, “Penas”, “La vida sigue igual”, baladas
sugestivas que seguían las huellas de la música de Charles Aznavour.
Al final de su vida, Sandro cerraba sus actuaciones, especialmente con
su público argentino, cantando una canción que posiblemente para él, era la
mejor: “Penumbras”. Así lo ratificó, su arreglista López Ruiz, cuando dijo que
“Penumbras”, era de lejos la mejor canción que habían hecho juntos. La letra,
como la mayoría, le salió de un tirón, mientras pensaba en Yolanda Scuffi, la
reina, la muchacha de la guitarra. Esa canción era magia y sigue siendo magia. “Construye
una criatura a la que cantarle con los elementos del cosmos: la noche (en el
pelo), la luna (en la piel), el mar (en los ojos). Y como buen demiurgo se
despedirá de ella ofreciéndole el mundo, esto que ha creado en la canción, como
máximo gesto de sacrificio amoroso”. Fueron los versos más intensos y también
los más actuados por el artista. (Ver “"Penumbras": la magia y el
erotismo del mejor Sandro, con dedicatoria a una Miss Argentina”. Fernando García.
Diario La Nación).
Sandro, murió en el año 2010, después de haber pasado mil trances de
salud y caer en un enfisema pulmonar, producto de su hábito temerario de fumar
miles de cigarrillos. Una enfermedad, que, en ocasiones, ya como cantante
maduro, le obligó a cantar con el famoso micrófono “Macgyver”, un cable pegado al inalámbrico y conectado a un tubo de oxígeno, que le
daba el aire que ya no tenía. Sandro, terminó su vida artística con todos los
honores y los premios otorgados por la industria de la música argentina y, sobre
todo, por sus fieles seguidoras que lo veneran tanto como se exalta a Gardel y
a Maradona; pero lo mejor es que ha sido honrado en vida como un precursor del
rock de su país y como uno de los más grandes fenómenos de la balada romántica
de Iberoamérica. Sandro de América, el
mismo poeta Sánchez, como alguna vez le dijo Elsa Texeira, su humilde maestra de sexto grado, de
la escuela República de Brasil de Valentín Alsina, en la ciudad de Buenos
Aires.
PENUMBRAS
Autor: Sandro
La noche se perdió en tu pelo
la luna se aferró a tu piel
y el mar se sintió celoso
y quiso en tus ojos
estar él también
Tu boca, sensual, peligrosa
tus manos, la dulzura son
tu aliento, fatal fuego lento
que quema mis ansias
y mi corazón
Ternuras que sin prisa apuras
caricias que brinda el amor
caprichos muy despacio dichos
entre la penumbra
de un suave interior
Te quiero y ya nada importa
la vida lo ha dictado así
si quieres, yo te doy el mundo
pero no me pidas que no te ame así
que no te ame así
que no te ame así.