Texto de Ernesto Pino
Era un poco más de las 3 de la tarde, cuando la
insistencia de 4 timbrazos en la puerta, sacaron al Topo de su mutismo. Miro
por el “ojo de pescado” de la puerta y le llamo la atención que, al otro lado,
se encontraba una persona extraña, una mujer entrada en años y con un perfil
nada desdeñable de distinción de los pies a la cabeza. Eran los años 60 en la
fría y lluviosa Bogotá, donde ser provinciano tenía más ventajas que
desventajas, porque la ingenuidad de los pueblerinos, se confundía con la
impertinencia de los nuevos aires juveniles y revolucionarios que llegaban de
Europa y de un pequeño país barbudo e insolente que había llenado de luz el
espacio Centroamericano y de esperanza al resto de latinos; y que eran
recibidos con la mayor simpatía y devoción.
La nueva política se había encaramado, como un mico
altanero, en los hombros de la aristocracia acartonada y soberbia de la
Capital, un mico que celebraba a Cuba, que cantaba a los Beatles, que recitaba Nadaísmo,
que bailaba Rock and Roll y que suspiraba por un guiño de Briguitte Bardot y
por la guitarra embrujada de Jimmy Hendrix.
Antes de abrir, el Topo recordó la advertencia de sus
familiares en el sentido de estar prevenido en una ciudad tan insegura como
Bogotá. Volvió a mirar por el lente y con prudencia quitó la aldaba y abrió
parcialmente la puerta.
- Buenas
tardes, le dijo una mujer sonriente y con una muestra de bondad en sus ojos que
no alcanzaba a desdibujar su línea de distinción.
- Buenas
tardes señora, le respondió el Topo, ya tranquilo y agradado por la visita, ¿en
qué le puedo ayudar?, continuó.
- ¿Ustedes
son nuevos en este barrio, verdad?, preguntó la señora, y el Topo asintió sin
hablar.
- Bienvenidos,
en nombre de “Las hijas de María”. Celebramos su presencia y los invitamos a
orar a la iglesia del barrio. Hay que pedirle al creador que la juventud retome
el camino y no caiga en brazos del comunismo y de los hippies.
El Topo vaciló, pues su fe, que no era la misma de sus mayores,
no alcanzaba hasta el punto de ser crédulo y piadoso y mucho menos católico de
misa dominical y señal de la cruz en las comidas; no iba a renegar de la
ideología de los pobres y de las canciones de John Lennon. Sinembargo, pensó
con rapidez que él era un extraño y lo mínimo que podía hacer era aceptar las
nuevas circunstancias.
- Le
agradezco su deferencia y créame que mi esposa y mi hija estaremos atentos a
compartir con ustedes y a pedir su consejo cuando sea necesario. Somos
estudiantes y nuestro deseo es colaborar con los vecinos. El Topo lo dijo
utilizando el mejor gesto de coquetería y continuó.
- Qué bueno
conocer personas distinguidas y creyentes como usted. La señora se ruborizó un
poco y sus ojos brillaron aceptando el cumplido.
- Gracias,
dijo y sus manos ocupadas con un objeto grande de madera se levantaron un poco.
- Como
estamos en el mes de María, cada día un hogar debe dedicarle sus oraciones y
antes de entregarlo a la casa vecina, le agradecemos una ayuda económica, la
cual se deposita en este pequeño santuario, dijo señalando con la mirada el
cajón de madera que portaba en sus manos.
El santuario mencionado, era un rectángulo de madera
tallada y taponada, de 50 por 27 centímetros con una lámina vertical que
identificaba un altar con una foto plastificada de la Virgen María, una oración
escrita en 5 estrofas y un espacio para una veladora. Llamaba la atención que
el santuario, en la parte central observaba una abertura tipo alcancía para
guardar las contribuciones.
El Topo, inusualmente asumió una pose de respeto y
recogimiento y santiguándose elevó sus ojos al cielo y agradeció el honor de
ser escogido para rezarle íntimamente a la Virgen María.
- Alabado
sea Dios, dijo, mientras la señora le hacía entrega del santuario.
- Que tenga
feliz tarde, sentenció la señora para despedirse y abrió un hermoso paraguas vino
tinto con empuñadura de marfil que la protegería de una lluvia menuda y
pertinaz que a esa hora mojaba la ciudad.
El Topo la acompañó con la mirada hasta que se perdió
en la esquina siguiente y dando un brinco espectacular entró a la casa y cerró
la puerta. Al interior, la casa parecía desolada porque sus grandes espacios
estaban sin llenar. No había muebles de sala y comedor y tan solo el color
negro del teléfono resaltaba acomodado en una caja de cartón. De los cinco
cuartos, solo dos estaban ocupados, uno por ser el cuarto principal y el cuarto
de Tania que en ese instante dormía plácida como una verdadera hija de María.
La cocina lucía limpia y transparente pero más por la
escasez que por la diligencia. ¿Recuerdan el cuarto de Van Gogh? Era algo
similar, pero seguramente Vicente tenía más.
Ansioso y algo molesto por su comportamiento
inconsecuente, el Topo se acomodó en el suelo de la sala, de frente al
santuario y con la cara metida entre los brazos, en una persistente reflexión,
sintió que el rostro radiante y feliz de la virgen aumentaba de tamaño y le
sonreía como solo lo hace la mamá con el hijo después del baño mañanero.
Cerró los ojos creyendo que la forzada dieta de los
últimos días tenía estas consecuencias. Pero no, al abrirlos de nuevo se
encontró con la misma imagen gigante de una virgen sonriente. “No puede ser”,
pensó y con los ojos cerrados buscó la cama. Se tiró en el colchón y se tapó
con la almohada. Se quedó así, mudo y asustado, pensando que porqué carajo le
iba a pasar eso a él, un fiel creyente del materialismo dialéctico, un hombre
terco, enemigo de los curas católicos y apostata de las iglesias, misas, cirios
y sacristanes. En esta condición, recordó los pasajes psicoanalíticos de Freud,
donde critica el fetichismo de las religiones y las teorías de Oparin sobre la
creación de las especies. Tomó aire, botó la almohada y cauteloso salió del
cuarto y se dirigió a la sala. Atisbando y casi de reojo, buscó el bulto del
santuario y se alegró de verlo allí como minutos antes lo había visto. Miró con
prudencia y se sorprendió de ver la imagen de la virgen María en su tamaño
natural. Nuevamente se sentó frente a ella, la miró fijamente sin pestañear,
guardando el aliento, pero no pasó nada. Estiró las piernas, relajado y
tranquilo y por un momento se olvidó del asunto. Cerró los ojos de nuevo y vio
toda la película angustiante de los padres de familia pagando facturas y con
los bolsillos rotos. “Las cosas de la niña, la casa, Gloria, las deudas de
Sevilla. Oh Dios, que voy a hacer”. Lo pensó y lo repitió tres veces, cuando
sintió que en su cerebro se prendía un bombillo, como otra aparición, como un
milagro. “¿Milagro?”, “¿Acaso existen?”. Sonrió con plenitud y corrió al patio
de la casa, cogió un gancho de colgar ropa, regresó a la sala y empezó a
desarrollar el milagro.
Como cualquier vulgar violador de cerraduras, empezó a
probar en la misma del santuario, diferentes calibres del alambre, con el
forcejeo propio del ladrón, hasta que sus dedos empezaron a sangrar. Se limpió
la sangre y el sudor y durante una hora libró una batalla a muerte con la
cerradura, hasta que la abrió. En su interior encontró muchos billetes de gran
valor para la época, se quedó algunos y ya con presteza cerró la tapa del
santuario.
Al día siguiente, timbró a la puerta la señora
distinguida y el Topo diligente la atendió.
- Santas
mañanas tenga usted, gentil señora., le dijo el Topo
- Gracias
hijo, le respondió sonriente la señora.
- Anoche
con mi familia, oramos con mística y dedicación y la Virgencita se acordó de
nosotros.
- Que cosas
dices hijo, exclamó la señora.
- Si, dijo
El Topo, esta mañana, me confirmaron el puesto de profesor que estaba
esperando.
“OH que grande es la virgen”, casi que gritó la señora
e inesperadamente abrazó al Topo. El Topo resistió el abrazo y con viveza trajo
el santuario y se lo entregó a la señora.
Delante de ella y con ceremonia calculada, introdujo en
el santuario un billete grande. La señora se sorprendió por su generosidad y ya
de salida el Topo insistió en acompañarla a la casa vecina a llevar el
santuario. El Topo entregó y reclamó el santuario ese día y los siguientes días
restantes del mes de mayo, el mes de la virgen.
El Topo, como lo contó después fue víctima de un
milagro, la señora distinguida creyó de nuevo en la juventud y Leonisa la mamá del
Topo se murió con la duda de que, de verdad al Topo, su único hijo varón, el
granuja descreído, se le había aparecido la virgen.
MAYO 2001.