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18 jun 2010

Elegía a Carlos Lenis

“Payaso”: el amigo tierno que siempre nos hacia reír.

Semanas atrás, recibí un correo de Julián Ocampo, donde me decía que Carlos Lenis, Payaso, estaba muy enfermo y me pedía una oración por él. Sin pensar en actos premonitorios, y con la inocente credulidad que solo bastaba el cariño por un amigo entrañable para que no se fuera, esto le respondí: “Julián, que le pasa a Payaso. Me impacta la noticia de su enfermedad, pues el representa en la bruma del tiempo uno de los referentes mas importantes de la historia de Puyana y de nuestra amistad. Estaremos disparándole energía para que su tierna presencia y su humor invaluable nos siga haciendo reír.”



Ante lo inevitable y vislumbrando que Payaso en sus espaldas y en su corazón se ha llevado sus chistes, el acordeón y nuestra amistad, quiero recordar algunas de sus huellas.

Hace mucho tiempo con el compartí muchos días y noches en las que dábamos vueltas al barrio Puyana, esperando a ver la chica del momento o simplemente para gastar el tiempo mientras nos hacíamos bachilleres y ver que pasaría mas adelante. Siempre nos unió un calido defecto del masoquismo colombiano como es la de tener pasión por un equipo de fútbol, y en este caso ser hinchas desde niños del Deportivo Cali (el “equipo amado”, como le decíamos haciéndole eco a Pardo Llada). Payaso, Carlitos Lenis se quedó en Puyana como el principal testigo de su evolución: recientemente me decía que Puyana, después de que nosotros migramos (Julián Ocampo, Oscar Fernández, Fabio Arroyave, Alberto Cardona, Hugo Ocampo, Humberto Lasso, los Buitrago, el negro “Sobuca”, me perdonan los que ahora no recuerdo) no era los mismo: durante varios años, mezclamos la practica del fútbol, del estudio y de la rumba en una zona geográfica del barrio, prohibida para los otros jóvenes del resto de Sevilla: tuvimos el mejor equipo de fútbol, las mejores amigas bailadoras y una amistad entrañable y solidaria; bajo la banda sonora del acordeón que Payaso tocaba con mas entusiasmo que juicio, en aquellas noches en que a payaso le salían miles de chistes y a lo sumo 10 canciones. Con él aprendimos el coro de canciones como “Amar y Vivir”, “Danubio Azul”, “Noches de Hungría” y otras tantas. Cuando prontamente terminaba el repertorio, no teníamos otra opción que repetirlas, porque lo que uno quiere lo repite y preferíamos oírlas de nuevo y no irnos a dormir temprano.

Payaso no jugaba al fútbol, al estar impedido de la más remota habilidad, simplemente lo veía y lo disfrutaba más que nosotros, a su modo: En el “campito” de Puyana, Fabio Arroyave narraba los partidos y él hacia los comerciales contando chistes y nosotros jugábamos y nos reíamos. Por esa simple razón siempre pensé que el destino de los dos estaría en la narración deportiva. Con el paso del tiempo ellos no hicieron caso de sus talentos y el “campito” se convirtió en un desolado y vergonzoso potrero.

Hace algunos años nos reunimos con el, y repasamos parte de nuestras historias. Entonces me contaba de sus anhelos y desesperanzas, especialmente lo que significo la muerte de su hijo y entre broma y chanza, sentimos cierto alivio que brinda la nostalgia. Me decía que le pesaba no haber estudiado como nosotros, a lo cual le respondí, que su talento natural de despertar la risa y el regocijo de los demás era más importante que los cartones académicos y que él para nosotros era el personaje. Hoy sigo pensando lo mismo y agradeciéndole donde quiera que haya buscado refugio, su ternura y su simpatía que son absolutamente invaluables e inolvidables.

Carlitos, recuerda que cuando Alberto Duque se fue, pensamos lo que hoy pienso de ti, a la manera de Alberto Cortes: “Cuando un amigo se va, se queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.
A su entrañable familia y a todos sus amigos un abrazo solidario.

PD: Agradezco a “El Ciudadano” la publicación de esta nota, que me da cierto consuelo en medio de mi congoja.

Cali, Mayo 4 de 2009.