El
día octubre dos falleció mi hermano Rafa, en un hecho vertiginoso e
impredecible: no alcanzábamos a aterrizar la desgracia, y así y todo la
solidaridad de familiares y amigos se sintió con fuerza. Gracias a todos ellos
porque esos saludos solidarios son oxígeno para continuar en medio de la pena.
Amigos
de ambos me preguntaban cómo me sentía. Yo respondía que muy triste pero muy
tranquilo. Muy triste por razones obvias y recordaba aquel pequeño manifiesto
del escritor francés André Malraux, en su novela “La condición humana”, cuando comenta la desaparición de un personaje de edad madura: “se necesitan nueve meses para hacer un
hombre y un solo día para matarlo. ¡ no se necesitan nueve meses, se necesitan
50 años para hacer un hombre; 50 años de sacrificio, de voluntad, de …tantas
cosas¡. Y, cuando ese hombre está hecho, cuando ya no queda en el nada de la
infancia ni de la adolescencia, cuando verdaderamente es un hombre, no sirve
más que para morir”. Indudablemente cierto para Rafa, cuando aprovechando
su jubilación había hecho mil planes de trabajo lúdico y de descanso y la
sociedad en su entorno se pierde la posibilidad de aprovechar su propia
sabiduría recogida en tantos años: fue un estudioso de la cuestión cafetera,
como se evidencia en sus columnas publicadas en el “Ciudadano en la red”.
Pero
estoy tranquilo porque alcanzó a fraternizar con todos los hermanos, antes de
irse. Cuando eso ocurrió hace 15 días, lo sentí satisfecho, liviano y con un brillo
de bienestar en sus ojos.
Estoy
tranquilo porque sé finalmente cual es la canción de nuestra banda sonora
durante tantos años de amistad y hermandad: el día de su partida, casualmente
en la radio la escuche, y lo que era un suceso casi intrascendente y olvidado
se convirtió en una aparición majestuosa del recuerdo y de la mente: cuando
estábamos pequeños, alguna vez que en un diciembre nuestros padres nos llevaban
a Cali a casa de los abuelos paternos a celebrar la navidad, debíamos hacer un
ejercicio cualquiera para deleite de los mayores. Los dos nos aprendimos a
coro, la canción “Pueblito viejo”, la primera canción que memorizamos en su
totalidad: “Lunita consentida
colgada del cielo/ como un farolito que puso mi Dios, para que alumbrara las
noches calladas/ de este pueblo viejo de mi corazón….
Estoy tranquilo porque siempre
cumpliste tu labor de amanuense o recopilador de mis escritos, que tanto
disfrutabas, como quieras que habías recogido no sé cómo, cuanta cosa escribía
y a lo mejor tendrás en tus archivos algunos ensayos que yo no recuerdo. Hace
tiempo se me extravió un ensayo sobre Sevilla que había publicado la Secretaria
de Cultura del Valle, pasaron los años y algún día en un encuentro en la casa
materna, me lo entregaste sonriendo como un lindo regalo: todavía no sé cómo
hiciste, porque yo había hecho hasta lo imposible por rescatarlo.
Estoy
tranquilo porque sé que te fuiste con la convicción de que este país puede
mejorar algo con los acuerdos de paz de la actual coyuntura y porque en esencia
fuiste un ser humano bueno y sencillo, con amigos en todos los frentes y sin
excesos mundanos y sin alinearse con ningún fanatismo. Hiciste de la
simplicidad una virtud inmejorable, razón por la cual tanta gente te quería.
Un
abrazo fraterno para Aidé y Diana María.
Adiós
Rafita.
Por Ernesto Pino Londoño