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5 oct 2015

Adiós Rafita

El día octubre dos falleció mi hermano Rafa, en un hecho vertiginoso e impredecible: no alcanzábamos a aterrizar la desgracia, y así y todo la solidaridad de familiares y amigos se sintió con fuerza. Gracias a todos ellos porque esos saludos solidarios son oxígeno para continuar en medio de la pena.

Amigos de ambos me preguntaban cómo me sentía. Yo respondía que muy triste pero muy tranquilo. Muy triste por razones obvias y recordaba aquel pequeño manifiesto del escritor francés André Malraux, en su novela “La condición humana”, cuando comenta la desaparición   de un personaje de edad madura: “se necesitan nueve meses para hacer un hombre y un solo día para matarlo. ¡ no se necesitan nueve meses, se necesitan 50 años para hacer un hombre; 50 años de sacrificio, de voluntad, de …tantas cosas¡. Y, cuando ese hombre está hecho, cuando ya no queda en el nada de la infancia ni de la adolescencia, cuando verdaderamente es un hombre, no sirve más que para morir”. Indudablemente cierto para Rafa, cuando aprovechando su jubilación había hecho mil planes de trabajo lúdico y de descanso y la sociedad en su entorno se pierde la posibilidad de aprovechar su propia sabiduría recogida en tantos años: fue un estudioso de la cuestión cafetera, como se evidencia en sus columnas publicadas en el “Ciudadano en la red”.

Pero estoy tranquilo porque alcanzó a fraternizar con todos los hermanos, antes de irse. Cuando eso ocurrió hace 15 días, lo sentí satisfecho, liviano y con un brillo de bienestar en sus ojos.

Estoy tranquilo porque sé finalmente cual es la canción de nuestra banda sonora durante tantos años de amistad y hermandad: el día de su partida, casualmente en la radio la escuche, y lo que era un suceso casi intrascendente y olvidado se convirtió en una aparición majestuosa del recuerdo y de la mente: cuando estábamos pequeños, alguna vez que en un diciembre nuestros padres nos llevaban a Cali a casa de los abuelos paternos a celebrar la navidad, debíamos hacer un ejercicio cualquiera para deleite de los mayores. Los dos nos aprendimos a coro, la canción “Pueblito viejo”, la primera canción que memorizamos en su totalidad: Lunita consentida colgada del cielo/ como un farolito que puso mi Dios, para que alumbrara las noches calladas/ de este pueblo viejo de mi corazón….

Estoy tranquilo porque siempre cumpliste tu labor de amanuense o recopilador de mis escritos, que tanto disfrutabas, como quieras que habías recogido no sé cómo, cuanta cosa escribía y a lo mejor tendrás en tus archivos algunos ensayos que yo no recuerdo. Hace tiempo se me extravió un ensayo sobre Sevilla que había publicado la Secretaria de Cultura del Valle, pasaron los años y algún día en un encuentro en la casa materna, me lo entregaste sonriendo como un lindo regalo: todavía no sé cómo hiciste, porque yo había hecho hasta lo imposible por rescatarlo.

Estoy tranquilo porque sé que te fuiste con la convicción de que este país puede mejorar algo con los acuerdos de paz de la actual coyuntura y porque en esencia fuiste un ser humano bueno y sencillo, con amigos en todos los frentes y sin excesos mundanos y sin alinearse con ningún fanatismo. Hiciste de la simplicidad una virtud inmejorable, razón por la cual tanta gente te quería.

Un abrazo fraterno para Aidé y Diana María.
Adiós Rafita.
Por Ernesto Pino Londoño