Erase
en Salamina, la historia detrás de una maquina antigua de Café.
Salamina es un bello pueblito Caldense, ya
con una larga historia que muestra el tesón de la colonización antioqueña del
siglo 19. Le dicen la “ciudad luz”, porque desde siempre ha tenido una ejemplar
vida cultural que se ha mantenido en el tiempo. Sin que le falte nada, este
municipio fue declarado monumento nacional y patrimonio histórico de la
humanidad. Sin embargo, Salamina a nivel nacional se ha hecho famosa por un
animalito casi que desaparecido que es la nigua y una canción con aire
bambuquero y alegre que en las tertulias
cuando toca, y hay de por medio unos guaros, sale disparada y feliz con sus picantes
trovas:
Chiquita, chirriquitica, oriunda de Salamina/cuna de
grandes poetas y capital de las niguas/colonizando los dedos llorosos de
sirgüelillas/la encontró el jabón de tierra al taponar sus rendijas.
…….
La nigua es casi un microbio chiquita, chirriquitica/pero
que rasca y que rasca, que pica, pica y repica/la nigua es casi un microbio
chiquita, chirriquitica/y que cosa tan verraca si pica la hijueputica.
(Del Bambuco La Nigua, Autor: Bernardo
Gutiérrez y Compositor: Bernardo Arcila)
Allí en Salamina en toda la esquina de la
plaza, está ubicado el museo “Ciudad Luz”, con una arquitectura de tradicional
cultura cafetera que tiene corredores en madera y chambranas llenas de flores y
el colorido especial del paisaje cafetero. Este museo de 2 plantas, ha venido
recogiendo muchas de las cosas de la cultura cafetera y de la colonización
antioqueña que se han sumado desde 1.825
cuando fue fundada por Francisco Velásquez, Fermín López y Juan de Dios
Aranzazu, entre otros. Hay de todo, desde las fotografías ya antiguas de color
ocre de los personajes típicos y notables del pueblo, y todos los utensilios
usados en épocas de vida rural, aparejos para el oficio agrícola del café,
camas y muebles de hogar antiguos y originales, bacinillas, teléfonos, radios, máquinas
de coser, estampas de santos, una rockola con sus discos de 78 revoluciones y
un objeto casi extraño en estos modernísimos tiempo de internet y celulares:
una máquina de preparación cafetera, totalmente diferente a la tradicional
greca de los pueblos cafeteros, cada vez menos usada.
La máquina es de marca italiana LA CIMMBALI,
eléctrica, de tres palancas y tres compartimientos para café y un tanque de
agua. Hasta ahí, lo interesante era
pensar en una maquina antigua que desconocíamos, diferente a la greca de
nuestros cafés de pueblo y seguramente estrenada en las décadas del 30 y del 40
del siglo pasado.
Pero Don Eddier Alzate, administrador del
museo, nos tiró la primera “banderilla”:
- Lo importante de esa máquina es la historia
que la rodea. Y allí empezó el cuento que les traigo.
Dice Eddier, que en la Semana Santa del año
2015, entró al museo un señor de 94 años, turista desconocido, quien inició normalmente
el paseo de observación y de pronto se detuvo ante la máquina de café, se tapó
la boca con asombro y luego agarro dos de sus maniguetas y con cierta discreción,
agachó la cabeza y prorrumpió en un llanto emocionado, mientras trataba de
abrazar toda la máquina. Sus hijos y nietos que lo acompañaban se alcanzaron a
preocupar, hasta cuando el señor, secándose las lágrimas, aclaró el incidente,
mirando a Eddier y disculpando el momento:
“Yo me llamo José Néstor Parra, tengo 94 años
y hacia 65 que no regresaba a mi tierra. En 1.936 yo tenía 15 años y fui el
primero en manejar esta máquina en el Café Paris del señor Cachito Gómez, quien
me pagaba por mi trabajo un centavo que me servía para ayudar a mi madre y
poder estudiar. Luego, me conseguí una beca para estudiar medicina en Medellín,
así lo hice y después decidí viajar a los Estados Unidos, donde hice vida y una
familia maravillosa que hoy me acompaña”.
José Néstor, entonces más tranquilo, empezó a
preguntarle sobre la suerte de muchos contemporáneos que había conocido en
Salamina. La mayoría habían muerto y José Néstor, ya conmovido le instó a
decirle porque tenía tanta certeza, a lo que Eddier le respondió: “yo estoy
seguro porque mi hermano y yo tuvimos una funeraria durante 40 años y por ahí
desfilaron todos”. José Néstor sonrió y se santiguó dos veces en un claro gesto
de duelo por los desaparecidos.
Luego pregunto por amigos como Camilo Gómez; Eddier
dijo está vivo; Nicodemus Alzate, también está vivo, dijo Eddier y ese es mi
papa’.
José Néstor con una sonrisa inmensa le dijo a
Eddier, casi como una orden: “Los quiero ver ya”.
Eddier recordó que casualmente su padre se
encontraba en el museo, bajo al primer piso, se fue directo al papá y le preguntó:
-Papá usted
conoce a José Néstor Parra?
Lo pensó unos
segundos y dijo:
-Sí, yo me
acuerdo de ese hijuemadre que era muy cansón.
Una vez José Néstor, muy ansioso, bajo los
escalones del museo que llevaban al primer piso se encontró con Nicodemus y se fundieron
en un gran abrazo: la figura del encuentro era una imagen tierna y simpática,
pues era el abrazo de una persona de 1,60 de estatura, Nicodemus, con un
gigante de 1,80, José Néstor, todavía erguido y firme como un yarumo de bosque
cafetero.
Nicodemus cuando lo tuvo más cerca, lo reparo
con detenimiento como quien mira un objeto perdido y le dijo con una sonrisa
maliciosa: “oye José Néstor, como estás de viejo”.
Nicodemus recordaba que era él, el que hacia
el aseo, servía los tintos y atendía la garita del billar, en el Café París, y José Néstor era el
maquinista. Inmediatamente se fueron a buscar a Don Camilo Gómez, con la útil
advertencia de José Néstor: “Eddier esto a palo seco no lo resisto, consígame
una botella de aguardiente amarillo” y Nicodemus le advirtió que él estaba
tomando pastas para todo, incluida la próstata y la presión. José Néstor lo
tranquilizo y le dijo: “Acuérdate que soy médico. Corramos el riesgo y si nos
morimos, nos morimos juntos”.
Se reunieron al final ellos dos con don Camilo
en su casa. A las tres horas llamaron a Eddier y le pidieron que fuera a la
casa de Don Camilo que los tres ancianos estaban borrachos. La gente cercana,
comentaba que de esa casa salían voces felices, canciones animadas y gritos
entusiastas dando vivas a los partidos liberal y conservador. Hacía rato los
vecinos no padecían un pandemónium tan desbordado.
La máquina después del Café París “anduvo”
por muchos negocios, hasta que estuvo obsoleta y fue reemplazada por una más
moderna. El museo la rescató del Café Prado
de Salamina. José Néstor regreso a los Estados Unidos, Camilo Gómez, falleció
en febrero de 2017 y Nicodemus Alzate murió 8 meses después del encuentro. José
Néstor Parra, si es que está vivo y seguramente radicado en USA, a lo mejor no
sabrá que tuvo un último encuentro con sus amigos de Salamina. Así es la vida
de impredecible.
Por su parte, nosotros, turistas fortuitos de
tierras lejanas, terminamos aplaudiendo el relato de Eddier con sonrisas y lágrimas y conmovidos con esta historia
contada a través de una maquina antigua de café.
Por: Ernesto Pino
Cali, Febrero de 2017
Email: ernestopino@yahoo.com