Crónicas musicales… crónicas sobre canciones
populares muy reconocidas en el mundo
Un texto de
Ernesto Pino
Dedico esta crónica a los médicos,
especialmente a los colombianos que en su abnegado compromiso de luchar contra
una pandemia como el coronavirus, los tratan como héroes, que lo son; para ocultar
todas las inequidades que sufren de un sistema de salud mezquino que los trata
como villanos.
Si escogiéramos solo dos grandes de la historia
reciente de Colombia, seguramente uno de ellos sería el premio nobel García
Márquez y el otro con toda justicia seria
el maestro Lucho Bermúdez, que los chicos de hoy no conocen pero que
todos cantan cuando la Selección Colombia hace un gol.
Desde pequeño, siempre en el ruedo feliz de mi
familia, escuchaba una música de fiesta que hacia bailar a los mayores, incluso
en momentos que no eran de parranda. Esa huella musical se quedó en mi espíritu
hasta que ya mayor entendí que esos acordes solamente y para siempre los tocaba
un señor de gafas y cargaderas con un perfil de profesor de bachillerato de los años cincuenta, llamado Lucho
Bermúdez. Ya con la televisión a color y la saga controvertida y emotiva de la
selección colombiana de futbol, entendí que una canción de Lucho se había convertido en algo así como el
segundo himno nacional de Colombia: antes de los partidos, durante los partidos
y después de los partidos, no solo los narradores sino una inmensa cantidad de
aficionados cantábamos Colombia tierra querida, al tiempo que gritábamos un gol
a favor o silenciábamos cuando nos anotaban uno en contra. Para mí, el
paroxismo llegó en el año 1.990 en el mundial de futbol de Italia, cuando
después de 28 años de no asistir a ese evento, el equipo colombiano con un
uniforme del tercer mundo le empató a la indomable Alemania con un gol agónico
de Freddy Rincón: estábamos como 15 personas en un salón de una biblioteca,
todos cantamos el gol y la emoción trepó tanto que nuestros ojos lloraron y
enrojecieron. Quedamos como búhos frente al televisor y alguien con vehemencia
pidió que repitieran el gol; entonces mi amigo Mauricio Correa, le increpó con
firmeza “que no lo repitan porque de
pronto lo bota”. Después llegó la fiesta con una música de fondo: Colombia
tierra querida de Lucho Bermúdez. Esto se repitió después con la inolvidable
goleada del 5 a cero de Colombia a Argentina en la caldera del estadio
Monumental de Buenos Aires en 1.993 con la presencia incrédula de Maradona en
la gradería; y después con los goles de James en el mundial de Brasil 2014. Y
muchos más hasta la fecha.
Lucho Bermúdez, realmente estaba predestinado
para ser artista, rodeado desde la cuna por músicos de la familia: ya a los
seis años tocaba el flautín con la banda de músicos de su pueblo Carmen de
Bolívar, dirigido por su tío José María Montes. A los nueve años, otro tío,
Jorge Rafael Acosta, en Aracataca le enseña a tocar otros instrumentos de
viento como el saxofón, el trombón, la trompeta y la flauta. A los 14 años y
después de una brillante presentación al Presidente de entonces Miguel Abadía
Méndez, es integrado a la banda militar del Batallón Córdoba; donde
providencialmente conoce al maestro Juan Noguera quien le enseña los secretos
del clarinete. Después tiene la fortuna de conocer al profesor de música
Guillermo Rico, quien había estudiado música en Europa y le descubre el apasionante
mundo del jazz y la influencia de los grandes maestros como George Gershwin,
Benny Goodman y Duke Ellington. Y como si fuera poco, a los 19 años se integra
a la banda de la Base Naval donde el
director es el maestro alemán Guillermo Dittmer, quien lo estimula a estudiar
armonía, con el conocimiento minucioso de los clásicos rusos Korsakov,
Mussorgski, Tchaikovski y Stravinski entre otros. Este providencial destino
musical de Lucho lo resume el periodista Heriberto Fiorillo cuando habla de la
obra del artista: “no es música vieja
sino clásica, como la de Strauss o la de Liszt. Música creada, no para perecer,
sino para permanecer. Música que nos pertenece y nos define” (“Lucho inmortal” El Tiempo, enero 12 de 2012).
Lucho Bermúdez con solo 23 años, valido de su
talento y el arrojo de su juventud se enfrenta con total irreverencia al
formato musical del momento: impone su arsenal de música costeña como porros,
cumbias, gaitas, fandangos, mapalés, paseos y merengues, al protocolo de los
grandes salones de los clubes sociales, representada en la música extranjera
como el jazz, el fox-trot, el béguine, el charlestón y la música de moda del
interior como pasillos, bambucos y torbellinos. Comentarios como estos definían
el perfil social de la música que se escuchaba en los años 40 en Colombia: ‘‘la europeizada sociedad capitalina
consideraba que la música de la costa era una música de negros y salvajes que
incitaba al desorden y al desenfreno alcohólico y sexual’’; o que ‘‘en Colombia la élite se considera londinense;
los intelectuales, franceses; la clase media, estadounidense; y el pueblo,
mexicano’’. (Lucho Bermúdez, 100 años de alegría27 Sep.
2012, El Espectador, Antonio Blanquicett).
La aparición de Lucho en el escenario musical
colombiano, realmente tuvo un valor inapreciable, al enfrentar la
discriminación de las elites y el tener que trabajar en un medio casi sombrío,
alterado profundamente por la violencia liberal-conservadora de finales de la
década del 40 y la década del 50, exacerbada con la muerte del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán, con quien Lucho
compartió en sus presentaciones del famoso Hotel Granada, devastado en los
trágicos hechos del Bogotazo. Esta
segregación no solo era propia de la capital del país, sino que incluso en
Barranquilla, la propia tierra de Bermúdez,
también la señalaba con el dedo. Dice el periodista barranquillero,
Stevenson Samper: “una vez en
Barranquilla, una compañía de teatro cubano-española puso en escena un baile de
cumbia en una de sus presentaciones. El asunto causó un escándalo y la prensa
de la época condenó lo ‘‘chabacano y sensual del espectáculo negroide’’,
que se había puesto en escena ‘‘según los
comentaristas, sin ningún pudor ni vergüenza’’ (Citado en Lucho Bermúdez, 100 años de alegría27
Septiembre 2012, El Espectador, Antonio Blanquicett).
Desde muy temprano en su vida, Lucho se dio a
la noble tarea de identificar y cantarle
a los territorios queridos a través de su música. Primero creó lo que sería su
primer éxito, “prende la vela”, como
un homenaje a las mujeres de su tierra cuando en una correría en María La Baja,
conoció cómo la comunidad negra, festejaba con la cumbiamba y se inspiró viendo a una negra llamada María Isabel
bailando con los pies descalzos sobre la arena (Negrito ven prende la vela/ Negrito ven prende la vela/ Que va a
empezar la cumbia en Marbella...). La letra de esta cumbia la compuso Ramón
de Zubiria quien posteriormente fuera rector de la Universidad de los Andes.
Después compuso “Joselito Carnaval” por siempre himno de los carnavales de
Barranquilla y “Kalamarí” canción
símbolo de Cartagena, que era el nombre que los indígenas le tenían a la
población donde fue fundada Cartagena.
En 1.944 le cantó generosamente a su tierra al
componer Carmen de Bolívar: “una canción
demasiado hermosa para un pueblo como éste”, como dijo alguna vez uno de
sus vecinos, indagado por el paradero de Bermúdez (Un siglo de bailes. Adriana
Carrillo. El espectador, 24 Ene 2012 - 10:52 PM). Se reconoce también que esta
canción es una de las más conocidas del autor: “Carmen querido, tierra de amores/ Hay luz y ensueños bajo tu cielo/ Y
primavera siempre en tu suelo/ Bajo tus soles llenos de ardores/..”
A la ciudad de Cali, también le entregó su
homenaje, cuando compuso “San Fernando”,
el legendario club de sus fiestas decembrinas, donde Lucho era un invitado
permanente: Es el club más popular/ De
esta tierra soberana/Es del Valle la Sultana/ Donde se puede gozar…
Pero lo mejor estaba por llegar.
En 1970, a sus cincuenta y ocho años y estando
ya en la cúspide de su carrera artística y
en la plenitud de su sabiduría musical, compone la canción con la que
Colombia toda se identifica: Colombia
tierra querida.
Este himno sencillo, iluminado, lleno de
lirismo popular quizás este confrontando la identidad de un país como Colombia
que no gratuitamente ha vivido en medio de la zozobra, el desarraigo y la
desesperanza que han sembrado los conflictos armados tanto en el siglo 19, en
el siglo 20 y aún ahora en el siglo 21. Una sociedad pasiva de su futuro,
indolente con sus males, permeable a la subcultura del narcotráfico, a los
sinuosos comportamientos de su clase política y a la arrogancia de su clase
dirigente que nunca olvidó su ADN feudal de comportamiento social. Colombia es
una sociedad llena de próceres de bronce, de vendedores de milagros, de
demagogos, de discursos falaces, de reconocimientos inauditos y de caines;
mientras el manto tenebroso de la corrupción nos cubre a todos.
Pero Colombia más que nada, es primavera,
alegría, ritmo tropical de una palmera, cielo azul turquí, mesetas, llanuras y
montañas; trino de aves, atardeceres anaranjados, sol 365 días, feliz
cumpleaños con velitas; sancocho valluno, ajiaco santafereño, empanadas con
ají, bandeja paisa, lechona tolimense; paseos al rio, orquídeas en los
zanjones, las acacias y los guaduales, cafetales y yarumos; amores de colegio, “la bendición ma’”, “que Dios
me lo proteja, mijo”, “váyase por la
sombrita”; guaro y natilla en diciembre, faltan cinco pa’ las doce, baile
con guepaje, guitarras, tiples y bandolas, la pollera colora, el Grupo Niche;
Pedro Pascasio Martínez (1), García Márquez, Nairo Quintana, Falcao García;
beso de la mamá con señal de la cruz, vaso de agua para el viajero, abrazo y
lagrima para el amigo que se va; en fin, aquellas pequeñas cosas comunes…”uno se cree que los mató el tiempo y la
ausencia” y todas las maravillas de Serrat que también es colombiano por
adopción. Pero a pesar de todo, Colombia siempre será, un corazón lleno de
cumbia, único e imposible de replicar en los más sofisticados laboratorios del
mundo.
Y siempre la esperanza existirá para
reconstruir un colombiano singular, alegre, noble, fiestero, cariñoso,
familiar, innovador, inteligente, solidario y con la capacidad de resistencia
de un muro de concreto.
Por esa razón, este himno de Lucho Bermúdez,
debería ser, el deber ser de las nuevas generaciones, porque a nosotros todavía
nos queda grande. Aún no superamos aquella declaración del escritor argentino,
Jorge Luis Borges, cuando en su famoso cuento Ulrica, sentenció que ser
colombiano “es un acto de fe”. Esta
bella región que habitamos, creada como un soplo divino, debe pasar de la fe a
la acción fervorosa y creativa de un nuevo contrato social, para que nuestra
descendencia muy pronto, cante los goles de Colombia con la convicción de haber
recuperado por lo menos, la transparencia de este país.
(1): Pedro Pascasio Martínez, humilde niño
héroe que capturó al desalmado General Barreiro en la batalla de Boyacá, tan
crucial en la epopeya libertadora.
PD: Activa el link de la canción arriba y canta
con la letra (versión original de Lucho Bermúdez con Matilde Díaz). Aunque
existen versiones modernas de esta canción, nadie la interpreta como Lucho
Bermúdez: es y seguirá siendo un misterio su estilo y armonía.
Colombia Tierra Querida
Lucho Bermúdez (1.912-1.994)
Canta: Matilde Díaz.
Colombia tierra querida himno de fe y armonía
cantemos, cantemos todos grito de paz y alegría
vivemos siempre vivemos a nuestra patria
querida
tu suelo es una oración y es un canto de la
vida
tu suelo es una oración y es un canto de la
vida
Cantando, cantando yo viviré
Colombia tierra querida
Cantando, cantando yo viviré
Colombia tierra querida.
Colombia te hiciste grande con el furor de tu
gloria
la América toda canta la floración de tu
historia
vivemos, siempre vivemos a nuestra patria
querida
tu suelo es una oración y es un canto de la
vida
tu suelo es una oración y es un canto de la
vida
Cantando, cantando yo viviré
Colombia tierra querida
Cantando, cantando yo viviré
Colombia tierra querida.